Saturday, November 07, 2009

 

Valparaíso con ojos porteños

REVISTA DE EL MERCURIO
V/D

sábado 7 de noviembre de 2009

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Hay un puerto de los turistas y otro de quienes viven la ciudad a diario. Uno que conocen los que no recorren las escalas por placer sino a paso raudo entre dedales de oro, porque son sus veredas cotidianas. Igualmente digno de postal pero menos visitado, es un Valparaíso infinito, del que aquí sólo hay una muestra.

Texto, Paula Donoso Barros Fotografías, Claudio Vera




Dicen que Valparaíso es una ciudad cubista: pura forma y perspectiva; llena de volúmenes, espacios y color, que sólo se descubre caminando y aguzando el ojo para comprenderla. Un cuadro de posibilidades infinitas, lleno de vericuetos, cerros, balcones, callejuelas, pasajes para recorrer hasta no poder cerrar la boca, de agotamiento o de asombro.

A tranco largo, y como si fuera la palma de su mano, la camina Manuel Peña Muñoz, escritor, investigador y cronista. Aquí nació y creció. La desmenuzó en la "Ruta del Bicentenario" una guía con quince propuestas para conocer Valparaíso, y la reorganizó en este mostrario, que no pretende ser recorrido sino puntos escogidos para ofrecer un Valparaíso distinto al de un tour habitual.


En el Cerro Polanco, el túnel de su ascensor. Iluminado y bien cuidado es un imperdible

1 El azar dejó el inicio en el Cerro Polanco. Popular y hermoso, de una belleza casi sin retoques. Su ascensor -en verdad el único ascensor entre todos los funiculares porteños- es la primera sorpresa. Para tomarlo se deben caminar 140 metros por un túnel limpio y bien iluminado, horadado en piedra. Ya arriba, el mirador abre una larga panorámica sobre El Almendral, barrio que cruza la Avenida Argentina, donde todavía se conservan "callejuelas de adoquines y vetustos edificios forrados en lata con balcones asomados al mar", dice Manuel Peña.

Allí comenta que los cerros se dividen por colonias; que la inglesa y la alemana edificaron casas en estilo victoriano en el Cerro Alegre; que los españoles e italianos habitaron el Polanco donde tenían quintas y lugares de veraneo. Que a los pies de este último se situaron distintas órdenes y conventos: Santa Marta, Salesianos, Sagrados Corazones, Corazón de María, Hermanas de la Providencia, Hijas de la Caridad... La bajada es por calle Simpson. Hay un sinnúmero de almacenes, muchos canarios, muchísimos perros y todavía más gatos; arquitecturas Art Nouveau con escalinatas de mármol entre modestas viviendas de latón. Calles que recuerdan las raíces, como el pasaje Chapí en honor al compositor de zarzuelas, furor en el siglo XIX.

Entre cerro y cerro, los que se dividen naturalmente por quebradas más o menos profundas, la diferencia se marca en estilos, tonalidades y texturas. A simple vista sólo son casitas de colores. Una segunda mirada precisa los detalles, dice Manuel enseñando a mirar para ver balcones, galerías, el huevillo de algunas callecitas.


Costa y una de las construcciones levantadas para sus operarios.


En lo alto del Cerro Santa Elena, un plácido barrio que Costa construyó para sus funcionarios de más jerarquía.

2 En el Cerro Santa Elena está la antigua fábrica de Costa, hoy bodega de Carozzi. Construida en 1930 con un concepto europeo, "casi medieval", el edificio está rodeado por las casas de los operarios, pareadas, con hermosos postigos, aleros y mamparas embaldosadas que continúan impecables.
Más arriba están las de las jefaturas, con buganvilias, rosales y piscinas. El silencio a mediodía es total. Unos cuantos ladridos lejanos, apenas. Cerro de italianos, todavía algunos almacenes se anuncian como "menestras". "La familia Costa era italiana, igual que los Ambrosoli -cuenta Manuel- y resume el lado más dulce de la inmigración. "Los Ambrosoli tenían panales en su país y por eso sus primeros caramelos fueron de miel. También llegaron los alemanes Hucke, y los Mackay que eran ingleses. Los Serrano eran españoles...".


La calle Prefecto Lazo que caminaba Pablo Neruda para ir desde el ascensor Florida hasta La Sebastiana.


La muy bien cuidada Casa Peraga en el Cerro Florida.

3 El Pasaje Favero, un circuito cerrado lleno de escalinatas y pasadizos, que tuvo los techos entelados y los pisos de pino Oregón, y la entrada al ascensor Florida, están juntos en el cerro del mismo nombre. Una lástima, dice Peña, que haya dejado de funcionar: era el que usaba Neruda para llegar a La Sebastiana que está en lo alto. Hoy en vez de pasajeros, se ve que en las cercanías florecen naranjas las espuelas de galán. Una escalinata que sube en medio de casas incendiadas y palacios de lata conduce a una impecable Prefecto Lazo, la calle que caminaba el poeta. Es una callecita siempre de fiesta, con las casas pintadas y banderines de colores. "Un carácter típicamente porteño de los años 40 y 50". Bajando otra vez, en calle Lastra, reluce la Casa Peraga. Balcones, guirnaldas y angelotes; arcos de medio punto, terrazas y faroles. "Un pequeño palazzo italiano, obra de los arquitectos Arnaldo Barison y Renato Schiavon, autores también del Palacio Baburizza".


Casa del arquitecto Harrington, en Playa Ancha. De 1908, en madera ensamblada.

4 Playa Ancha es otro mundo. En el comienzo de la Avenida Gran Bretaña está el Pasaje Harrington, un conjunto de casas de construcción inglesa que caracterizan la zona. Debe su nombre al arquitecto que las construyó para la venta en 1908, poco después del gran temblor, cuando la gente quería construcciones confiables, de madera. "Son casas lindas, ensambladas, con galerías vidriadas, subterráneo y basement, un concepto muy gringo.
Marcaron la pauta para las que vinieron después, construidas por Schiavon y Barison, en estilo Liberty, versión italiana del Art Nouveau, que era la moda en esos momentos". En el número 761 de la avenida Gran Bretaña, pintada en blanco y crema, está la casona que en 1904 construyó Carlos Federico Claussen al Cónsul de Noruega, y que sigue tan bien conservada como en sus tiempos originales. Frente a ella, Peña destaca "un conjunto muy importante que refleja la arquitectura Neo Gótica de Playa Ancha". Posteriores al terremoto de 1906, son todas distintas aunque comparten el envigado de pino Oregón con que se les dio la fortaleza que las mantiene. En el sector hay algunas zonas con adoquines que llegaron de Noruega en el siglo XIX como lastre en los buques cargueros; así también llegaron el mármol de Carrara y las calaminas de zinc con que se revistieron las fachadas.


El Camino de Cintura que une varios cerros, cambiando de nombre según sus tramos.


Hasta hoy viven aquí descendientes de quienes en 1889 inauguraron la Población Obrera de La Unión. Una gran recuperación.

5 Por el Camino Cintura que va de Playa Ancha al Cerro Cordillera se tiene una sucesión de postales sobre la bahía y también sobre los cerros colorinches. Cada recodo es un mirador. En lo alto de la subida Castillo en el cerro Cordillera, está la llamada Casa Central de la Población Obrera de la Unión, que fundó Juana Ross de Edwards en 1889. Es un cité hecho en madera y ladrillo, ejemplarmente restaurado, donde hasta hoy viven los descendientes de los beneficiados por el primer proyecto de vivienda social en la historia de Chile.


La iglesia luterana y el Colegio Alemán desde la pasarela entre el pasaje Dimalow y el ascensor Reina Victoria.


Desde la salida del ascensor Reina Victoria se disfruta la intensidad de los colores de la puesta de sol.

6 Inicialmente el Cerro Alegre y el Concepción formaban un solo sector como barrios residenciales de los europeos asentados en el puerto. Todas las callecitas del Concepción conservan algo amable y señorial, huellas de la forma en que vivieron las familias inglesas, avecindadas en él desde comienzos del siglo XIX. Está la iglesia anglicana Saint Paul´s levantada con mucho esfuerzo en un país que no ofrecía libertad de culto. Cuando autorizaron su construcción en 1858, las autoridades exigieron que su puerta no fuera mayor que la de cualquier puerta de una iglesia católica. Por eso, dice Manuel Peña, "por cualquier lado que la miremos, siempre tendremos la impresión de que estamos en su parte trasera; no tiene puerta principal y se entra por un costado". Se calcula que es la primera iglesia anglicana de la costa del Pacífico.

También los alemanes construyeron su templo. La iglesia luterana de La Santa Cruz, en calle Abtao del cerro Concepción, se caracteriza por un elevado muro de contención y por una bella y aguzada torre; una fe que pudo instalarse sin restricciones cuarenta años más tarde que la anglicana. "Es un ejemplo de hermosa arquitectura y entorno típicamente porteños. Enfrente de la iglesia se divisa el Cerro Panteón con sus cementerios", señala Manuel.
"Los ingleses crearon el Colegio MacKay en el Cerro Alegre, y los germanos el suyo en el cerro de la Concepción. Fundado en 1857, es el más antiguo colegio Alemán fuera de Alemania". Un buen lugar para apreciarlo a la distancia es cruzando el paseo Dimalow que conecta desde Almirante Montt a la pasarela que lleva al ascensor Reina Victoria. Este puente de madera es un lugar privilegiado para mirar la costa y buena parte de los cerros que forman la herradura. También para sentirse volar en días huracanados como los que inspiraron a Edwards Bello para titular su libro "Valparaíso, ciudad del viento", y que ayudan a entender por qué en el puerto las ventanas son de guillotina.


En el Cerro Concepción, la iglesia anglicana, construida cuando en Chile no existía libertad de culto


La casa que el arquitecto Claussen construyó en Playa Ancha para el cónsul de Noruega, en 1904.

Vea galería de fotos en
http://www.vyd.emol.com/

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