Saturday, July 28, 2007

 

Los veraneantes del siglo XX


Durante años, balnearios como Cartagena o Viña del Mar han recibido a miles de turistas en la época estival.



Sin embargo, las costumbres en vacaciones de antaño y ahora son cada vez más diferentes.



A mediados del siglo XX las familias disfrutaban de sus vacaciones con "camas y petacas".
Entonces, Cartagena, Viña del Mar, Pichilemu o las Termas de Puyehue eran algunos de los destinos preferidos


Vacaciones del siglo XX: con cocaví y pan de huevo.

Durante años, balnearios como Cartagena o Viña del Mar han recibido a miles de turistas en la época estival. Sin embargo, las costumbres en vacaciones de antaño y ahora son cada vez más diferentes.
A mediados del siglo XX las familias disfrutaban de sus vacaciones con "camas y petacas". Entonces, Cartagena, Viña del Mar, Pichilemu o las Termas de Puyehue eran algunos de los destinos preferidos.
Sin embargo, las vacaciones no fueron disfrutadas por todos nuestros antepasados, ya que sólo a fines del siglo XIX los más acomodados comenzaron a tomarse un tiempo de descanso.
"En las primeras décadas del siglo XX, sobre todo en lo que consideramos el litoral central, comienzan a consolidarse los llamados balnearios Recreo, Las Salinas y toda la zona del borde costero de lo que hoy día es Viña del Mar", explicó el autor del libro Historias de la vida privada en Chile, Rafael Sagredo.



Toda la prole, incluidos tíos, abuelos, padres e hijos, viajaban en verano y lo hacían en el tradicional ferrocarril, medio de transporte obligado hasta mediados de los 70.

Ya en la playa, el recibimiento era el habitual: pan de huevo y el infaltable cocaví.
Una vez en el balneario, las mujeres tenían que superar el pudor para poder usar sus trajes de baño, nunca exentos de polémica.
Ahora, las familias son menos numerosas y, aunque los intereses contrapuestos de los integrantes hacen que cada uno vaya para su lado, todos y en todas las generaciones tienen el mismo objetivo: disfrutar las vacaciones al máximo.
Fuente : Canal 13
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APORTE DE MI HERMANA MÓNICA

Nuestra familia como muchas otras de nuestra región, también nos íbamos a veranear a Pichilemu con "camas y petacas".

Todos los veranos significaban un gran revuelo. La madre trabajaba, daba órdenes, las empleadas corrían. El motivo: el veraneo largo de tres meses a Pichilemu, en sus inicios, un aristocrático balneario de la costa colchagüina, la tierra del inolvidable Cardenal Caro. Allá vivía la abuela materna, Elisa como su hija, una mujer trabajadora y austera que forjó una familia extraordinaria de ocho hijos, todos hombres excepto la madre de Pamela. Sin embargo esta última prefería arrendar una casa del pueblo para estar más independiente con sus cinco diablillos. La costumbre de los lugareños era dejar su casa durante el verano para habitar chozas y así ganar algunos pesos. Las casas que arrendaban tampoco eran una gran maravilla, más bien eran una versión mejorada de sus chozas veraniegas. Pero a Pamela y los niños, no era una cosa que les preocupara. Si podían estar en la playa, no sentían ninguna incomodidad. Las camas no eran sino de tabla sobre caballetes de madera y colchones rellenos con paja. Los más suertudos, por supuesto no Pamela, conseguían "somieres” metálicos con patas y colchones de lana.Pamela, ya más grandecita ayudaba en los preparativos previos al viaje. Ayudaba en la confección de los grandes bultos con los colchones y frazadas. Debían envolverlos en telas de saco y cocerlos con grandes agujas y cáñamos. La aventura comenzaba con el viaje en tren. Un tren a vapor con muchos carros que entraba bufando a la estación de San Fernando donde vivían entonces. El tren se detenía por pocos minutos en el pueblo, así que se debían embarcar febrilmente todos los bultos con colchones, más las maletas, esas de cartón duro y otras de mimbre y finalmente la caja con mercaderías. Lo último era contar a los niños de modo que no se quedara ninguno. Ellos esperaban expectantes y felices sentados en un carro de tercera clase, entre canastas de gallina y los infaltables curaditos que se ponían cargantes ofreciéndoles un "trutro” de gallina y hasta un vaso de vino que los niños rechazaban asustados, más aún, considerando que sus padres se demoraban en subir en el ajetreo final de embarque de los bultos.. Empezaba el viaje y todos jugaban a nombrar las estaciones cuyos nombre y orden conocían de memoria: Manantiales, Placilla, Nancagua, Cunaco, Santa Cruz, Palmilla, Colchagua, Peralillo, Población, Marchigüe, Alcones, Cardonal, Larraín Alcalde, Pichilemu. Se cruzaban tres grandes túneles, con el humo y hollín llenándolo todo. Así se traspasaba la montaña y se salía para divisar unos valles maravillosos que mucho más abajo se dibujaban como alfombras a cuadros, como esas de las que tejían las abuelitas. Viajes inolvidables que nunca más se repetirán. Ya nunca más correrán esos maravillosos trenes ensuciando la ropa de moros y cristianos.Y por fin Pichilemu... Pichilemu, espacios interminables, arenas negras, olas enormes, viento furioso de tres días de duración que levantaban polvaredas espesas y provocaban un ulular que sobrecogía. Los niños eran felices allí. Las correrías se multiplicaban: al bosque enorme que circundaba al pueblo. En ese lugar la imaginación se desbordaba. Un tío, el querido tío Lucho, muy fantasioso y querendón con los niños les había contado que en un gran hoyo que allí había, habitaba una enorme serpiente y los chicos, cada vez que llegaban allí, se la imaginaban y disparaban gritando asustados, quizá más de risa que de miedo. Y no faltaba la casa de la bruja. Por lo menos Pamela estaba segura que en una casa tenebrosa escondida entre los árboles vivía una. Lo curioso era que, a pesar de lo mucho que visitaban el bosque, les costaba dar con ese lugar y nunca vieron a nadie. Sólo un humo denso que salía por una chimenea.
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Personaje en extinción EL BARQUILLERO, recorría la playa ofreciendo su mercancía en una atractiva caja en cuya tapa tenía una especie de ruleta. Recuerdo que los barquillos eran muy frágiles, se quebraban muy fácilmente y caían pedazos en la arena que igual comíamos.

Hasta el día de hoy venden barquillos en las playas, pero el barquillero ya no se ve. Años atrás vi uno en Madrid, en el Rastro, parecido a éste que representa al Barquillero en la zarzuela del mismo nombre.

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Mis personajes de la Playa de Las Canteras por Lolina Marrero.



En la playa de mi infancia los recuerdos están llenos de personajes entrañables que pasaban por la arena desplegando sus mercancías, ofreciendo sus servicios, dando calor humano al paisaje veraniego y llenando de voces, de gestos y de vida el escenario de aquellos veranos.
Cada mañana veíamos pasar al barquillero, completamente vestido de blanco, desde su gorra de visera a las alpargatas, con el precioso tambor de los barquillos que tenía en la tapa la ruleta dorada; todo él relucía de limpieza impecable, lo acompañaba su hijo que más tarde lo sucedería en el oficio. A veces mi madre nos dejaba hacer rodar la ruleta y nos compraba los dorados barquillos crujientes que nunca he vuelto a encontrar iguales en ningún sitio. Hace poco mi hermana me contó que había hablado con el hijo del antiguo barquillero; le dijo que lo conocía desde siempre pero que él no se acordaría de ella. Él le contestó:"Me acuerdo de usted, de su hermana y sus hermanos y de su madre. Yo también los conozco desde siempre".
Las fotos que tenemos en la playa en esos años no las hicimos nosotros; no teníamos cámara de fotos entonces. Las fotos nos las hizo el fotógrafo de la playa, que pasaba también por la arena ofreciendo sus servicios algunos días de la semana. Era otro personaje del paisaje playero, querido y solicitado.
Pero quien más me llamaba la atención era aquella mujer de cara pintarrajeada, lazos en el pelo, bisutería escandalosa y vestidos de colores chillones que paseaba su sonrisa desdentada por la arena. ¡Quién le iba a decir que con el tiempo tendría una estatua en el Parque Santa Catalina, otro de sus escenarios favoritos, y una canción dedicada a ella!
Yo echo de menos la estatua del barquillero en la playa, incluso la del fotógrafo, personajes entrañables que se han ganado un pequeño espacio también fuera de nuestros corazones.

Lolina Marrero

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