Thursday, April 19, 2007

 

En un día como hoy, hace cien años nació mi padre...





Sí, efectivamente ha pasado un siglo desde aquel lejano día,19 de abril de 1907 cuando su madre "misiá" Epigmenia tuvo a su quinto hijo, pero ya no está con nosotros, nos dejó el 15 de diciembre de 1998. Aunque mi familia paterna es netamente colchagüina, según mis estudios genealógicos (ver filiación), y los autores Luis Amesti Casal, Las Casas Troncales de Colchagua y Guillermo de la Cuadra Gormaz, Origen y Desarrollo de las Familias Chilenas citan a D. Pedro Vidal de Arras y de La Torre, de Zaragoza, hijo legítimo de Pedro y María, casado en Chile en 1630 con doña Juana Verdugo Aranda, hija natural de Juan Verdugo Pasillas (hijo de D. Rodrigo Verdugo de Sarría Pasillas y de doña Leonor de la Corte y Fernández Salguero) y de Ursula Aranda Valdivia, cuyo hijo Juan Vidal y Verdugo, casado con doña Elvira Tapia es el fundador de esta familia en la doctrina de Rapel (ver testamento y otros documentos), de la cual desciendo, mi antepasado más remoto llegó a la zona de secano, en el siglo XVII y mi padre nació circunstancialmente en el sur. Mis bisabuelos Wenceslao y María de la Cruz habían emigrado a fines del siglo XIX desde La Estrella a San Javier de Loncomilla y mi abuelo Luis César, residente en esa ciudad por 10 años, se casó con mi abuela Epigmenia, domiciliada en La Estrella, en la Iglesia Parroquial de Rosario, el primero de julio de 1900. Empezaron su vida de casados en Villa Alegre donde nacieron sus hijos mayores, mi papá contaba que había nacido en Purén, aunque la inscripción de su nacimiento está en Los Sauces, departamento de Angol y fue bautizado en la Parroquia de Angol. Sé que mi abuelo se fue a Villa Alegre a administrar un fundo, creo que de los Larraín Bunster, aunque mi prima Sarita tiene entendido que estaba en un aserradero.
Bueno, lo cierto es que mi papá estudió interno en las monjas de San Fernando, seguramente a cargo de la tía Meme, su prima y también madrina que vivía en esta ciudad. Después, al igual que su hermano Mario y Fernando, estuvo interno en el Seminario San Pelayo de Talca y terminó sus estudios en el Seminario Menor de Santiago.

De su estadía en Talca, contaba muchas anécdotas, su favorita era ésta:
"El banquete del arrollado podrido".
Para un fin de semana, le habían confiado la llave de la despensa, un premio y una gran prueba de confianza, pero como el hambre era mucha y la tentación grande, rápidamente los compañeros lo convencieron que abriera la despensa y allí se encontraron con un apetitoso arrollado. En esos tiempos, sin refrigeración, seguramente este alimento no estaba en buenas condiciones y pese que lo encontraron un poco fuerte, igual comieron, se banquetearon. Resultado: no fue necesario presionar para encontrar a los culpables del robo, solitos se acusaron ya que todos se enfermaron y pasaron más en el baño que en la cama, por supuesto, la preciada llave nunca más le fue confiada.
Muchos años más tarde, mi hermana Mónica tuvo un compañero en la universidad con quien estudiaba y varias veces fue a su casa y al escuchar a don Manuel, su padre, que solía contar las mismas cosas que mi papá, se dio cuenta que habían sido condiscípulos y había participado del tan mentado banquete.

Acostumbraba mencionar citas de sus profesores para sus alumnos, recuerdo:
"La sabiduría de Avilés cabe en la punta de la uña del dedo meñique".

Para un compañero que vivía en Licantén tenía el siguiente verso: "La gran ciudad de lincanten, con doscientos habitantes".

Anécdotas cuando vivían en el sur:
"En una oportunidad que estaban a cargo de la tía Meme, en ausencia de mi abuela, los hermanos grandes para sacar fruta de un árbol, no encontraron nada mejor que tirar un chuzo, con tan mala suerte para mi papá que adelantándose a los demás, corrió a recoger la fruta y le cayó el chuzo en la cabeza que lo dejó aturdido algunos segundos. No sé si en este mismo momento u otro, se cayó cortándose la lengua."
La tía Meme contaba que cuando mi papá era muy chico, le preguntaban: ¿Cómo encuentra usted a su papá, mijito? Su respuesta era: -Lo encuentro medio leso.

Creo que esto ocurrió en Peralillo:
"Estaba de visita el padrino de mi papá, don Marcelo del Campo de Talca, con plata pero huaso y entretenido con la conversa, no se dio cuenta que era la hora de tomar el tren para irse a San Fernando, el pitazo de éste en el cruce le indicó que tenía que partir, pese a que corrió para alcanzarlo, no pudo, por lo que volvió a la casa de mi abuela, cansado y asesando le dijo: No importa, comadre, de puro gusto, sírvame otro plato de "charchichán".
Siempre hacían lesa a la empleada que les servía el agüita caliente, después de almuerzo, le decían que le había puesto más o menos terrones de azúcar, huasa pero no tonta, se avivó e inventó una estrategia ir contando en la medida que caían dentro de la taza, ahora preguntaba: ¿Cuántos panes l'echo? -Dos. -Unon... dos -Me echó tres- ¡Nada! Categórico. Imposible engañarla.


Quizás esta misma niña al sentir que tocaban la puerta de calle, salió a ver y no entró nadie. ¿Quién era? "Preuntaban aca'o vive aquí un tal Paulo Urratia". Por supuesto se refería a Pedro Pablo Arratia, hermano de mi abuela.

Posiblemente la misma niña anterior, al sentir que venía un auto y al ver quien era, entró diciendo: "Ahí viene 'on Peiro en el auto de 'on Peiro". Sin ponernos de acuerdo, con mi hermana al ver una foto de don Pedro, hace poco, repetimos lo mismo: Ahí viene 'on Peiro en el auto de 'on Peiro."
A mi papá le gustaba mucho como hablaba la gente del campo y le encantaba imitarlos, por eso nos contaba todo esto, una y otra vez y se nos quedó grabado en la memoria.

Mi papá sufrió la pérdida de su padre en 1921, cuando apenas tenía 14 años, el año anterior había perdido a su hermano mayor y luego otros tres hermanos, todo sucedió en el lapso de 10 años, sólo quedaron los dos menores. En este período ya vivían en Peralillo, decía antes que habrían llegado en 1920, después de la muerte de Mario en Ligüeimo a los 19 años, seguramente su padre lo estaba adiestrando para que en un futuro lo reemplazara. Mi abuelo jamás se recuperó de esta pérdida, dicen que murió de pena.
La muerte de mi abuelo produjo un caos en la familia, de ser una familia normal con todos los hijos estudiando con un padre proveedor y una madre cuya misión era cuidar a los hijos y dirigir la casa, pasaron a ser una familia sin el pilar principal que sabía administrar el fundo o hijuela que había adquirido en Ligüeimo, mi abuela sin ninguna experiencia tuvo que hacerse cargo y entregarlo para su explotación. En el año 1926 se casó Sara con Juan de Dios Vial, quien por ser mayor pasó a ser una persona importante en la toma de decisiones. El Taity nombraba a sus cuñados como los niños. Tres años después falleció Sara y dejó dos niñas: Sara e Inés, al año siguiente 1930, falleció María.
Como consecuencia de la muerte de sus familiares, seguramente de T.B.C., quedó con un gran miedo a contagiarse y por un tiempo ni siquiera tragaba la saliva y desde entonces cada vez que hacía algo o se sentaba a la mesa, se lavaba cuidadosamente las manos.

Los estudios los continuó mi papá, interno en el Seminario Menor de Santiago, siendo su apoderada doña Ester Bunster y cuando le daban salida en el colegio iba a su casa que estaba ubicada en la calle Santo Domingo al llegar a Teatinos. Contaba que hacían tertulias con invitados importantes y tomaban mistela -en mi imaginación lo veo como un Martín Rivas-
Al término de las Humanidades dió el Bachillerato con resultado satisfactorio, no sé por qué no estudió una carrera universitaria, si el puntaje le alcanzaba, en ese tiempo, no había tanta competencia. Sí hizo un curso de Contabilidad en la U.C. que le sirviría para trabajar.
Se estableció en Peralillo en la casa materna. ¿Qué podía hacer un joven de 20 años en un pueblo con pocas fuentes laborales? ¿Por qué no se hizo cargo de Ligüeimo? -Simplemente, porque nunca se preparó para las labores del campo. Claro, mientras estuvo mi abuelo, iban al fundo en las vacaciones y días feriados, en alguna de estas visitas vivieron una experiencia extraordinaria. Estando un atardecer sentados en el corredor, vieron caer un aerolito que iluminó el paisaje. Fue tanta la impresión que le causó a la "finá Benerita" que tomó la guitarra y se puso a cantar a lo divino, quizás alguna canción tradicional que se refería al "acabo'e mundo".
Me parece que uno de los primeros trabajos que obtuvo fue en la Municipalidad de Peralillo, luego en Población, en la Arrocera de Colchagua, aunque no creo haya empezado a trabajar inmediatamente llegado al pueblo. A todo esto, lo que acabo de contar ocurría el año 1927 y ya mi madre había llegado a Peralillo, una vez egresada de la Escuela Normal y ya trabajaba como profesora en la Escuela de Niñas Nº 59.
Ignoro cómo se conocieron, cuando empezó el romance, lo concreto es que se casaron en 1936. Acá nacimos las mellizas Sara y Elisa, Nana, Lucho y Mónica, crecimos, los cuatro mayores aprendimos a leer, a escribir y las operaciones aritméticas básicas, íbamos a veranear a Pichilemu y el año 1948 emigramos a San Fernando.
Arrendaron una casa grande, antigua con dos patios, corredor de ladrillos, por supuesto, paredes de adobes y techo de tejas, ubicada en Avda. Manuel Rodríguez 485 casi esquina de Carampangue, pertenecía a la Srta. Lula, que vivía en Guacarhue y cuando llegamos, todavía quedaban piezas ocupadas por arrendatarios, en una de ellas, la Rosita Campillo. Esta ciudad era heladísima en invierno, quizás por su cercanía con la cordillera, para calefaccionar la casa, teníamos que usar braseros que primero estaban en el comedor y luego se trasladaban a las piezas, había que sacarlos por las emanaciones tóxicas de la combustión del carbón, aunque solo quedaran pocas brasas cubiertas por ceniza.
Una de las demostraciones de cariño del papá, era que todas las noches iba por todas las camas prestando por un ratito una botella de cerámica con agua caliente para que pudiéramos calentar un poquito los pies, ya que las sábanas se notaban frías y húmedas, esta rutina la empezaba con un "a vosotros os toca".
Quizás porque éramos chicos y como hacía tanto frío y por temor a que "pasáramos el río", no nos daban agüita caliente después de la cena, sin embargo el papá compartía con cada uno de nosotros de su propia taza.
Cada fin de semana que nos visitaba el papá en Pichilemu, llegaba con su clásico maletín de cuero y una maleta o canasto de mimbre lleno de frutas y cosas ricas para comer y cuando se iba el domingo, antes de irse a la estación, le servían un apetitoso bistec con ensalada de tomates y ante la mirada golosa de sus hijos no le quedaba otra que darnos un pedacito para que "no se nos reventara la hiel".
Recuerdo lo "guaguatero" que fue mi papá, primero con sus hijos y luego con sus nietos, hay fotos que lo muestran tomando en brazos a cada uno de nosotros.



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