Sunday, January 17, 2010

 

Recuerdan los 345 años de la muerte de la Quintrala

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CULTURA
Domingo 17 de Enero de 2010

El 16 de enero de 1665 falleció la enigmática Catalina de los Ríos y Lisperguer, quien pasó a la historia como una de las mentes más frías y peligrosas de la Colonia.ORBE Sábado 16 de Enero de 2010 12:29 Uno de los pocos registros gráficos de Catalina de los Ríos y Lisperguer, conocida en su época y todas las posteriores como la Quintrala.



Foto: El Mercurio

SANTIAGO.- Uno de los personajes más llamativos y enigmáticos de la época colonial Catalina de los Ríos y Lisperguer, falleció un día como hoy, en el año 1665, aproximadamente a los 61 años de edad, conocida también como la “Quintrala” o la “Catrala".

Pasó a la historia como una de las mujeres más crueles y poderosas de su época. Cabe consignar que, tres años antes de su muerte, Catalina dejó establecido por testamento que a la fecha de su fallecimiento se le vistiera con el hábito de San Agustín, y ser enterrada en el templo de esa orden.

Sus deseos fueron cumplidos y los funerales se realizaron con ostentosa pompa que incluyó mil cirios para la iglesia. Adicionalmente, se le dijeron 20 mil misas, y ya inhumada, se oficiaron mil misas más, y otras 500 por las almas de sus víctimas. Se dice que la Quintrala era hermosa, alta de ojos verdes y pelo rojo, como el “Quitral", hija del español Gonzalo de los Ríos y Encío y de la mestiza Catalina Lisperguer Flores.

Por parte materna fue nieta del alemán Pedro Lisperguer, descendiente del duque de Sajonia y que llegó a Chile junto con el Gobernador García Hurtado de Mendoza. Y su abuela fue Agueda Flores de Talagante, hija del alemán Barthel Blumenthal, quien llegó a Chile con Pedro de Valdivia como carpintero, cambiándose el nombre a Bartolomé Flores, que a su vez se casó con una princesa mapuche que tomó el nombre de Elvira de Talagante.

Sin embargo, las mujeres de la familia Lisperguer fueron tristemente famosas por sus instintos sanguinarios y por su sensualidad sádica. De hecho a la madre de la Quintrala y a su tía María, las dos mujeres de ocho hermanos, se les acusó de realizar pacto con el diablo, además de haber intentado envenenar al Gobernador Alonso de Ribera en 1604, hecho que se debió al despecho de María, porque de Ribera se casó con Beatriz de Córdoba. Entonces cuando el Gobernador Rivera se enteró de esto, ordenó la prisión para ambas, pero ellas se pusieron a buen recaudo en dos conventos, siendo defendidas por los miembros de estos claustros bajo la pena de excomunión, por indicación del Obispo de Santiago.

Así, desde muy joven, la existencia de Catalina revela un drama doméstico. Rechazó la autoridad del padre, estrechó alianzas y amistades con nativos y criollos indeseables, se refugió en el seno de su nana indígena con la que ofició sahumerios y ensalmos y preparó alambiques y conjuros, defendiendo de todas maneras a su madre, también acusada de brujerías.

A sangre fría: nadie se le interpuso en su camino

Todo lo anterior se le facilitó por pertenecer a una de las familias más aristocráticas y ricas del país. De hecho la Quintrala a los 15 años de edad heredó de su abuela la chacra Tobalaba y poco tiempo después la Hacienda de La Ligua y Longotoma, que era la más productiva del Reino de Chile. Cabe destacar que, Catalina ingresó a la historia a muy temprana edad en 1623, acusada de haber asesinado a su padre con un pollo envenenado que le llevó cuando éste se encontraba enfermo.

Al año siguiente asesinó al Caballero de San Juan, Enrique de Guzmán. Sin embargo, la responsabilidad del hecho, en este caso, fue atribuida a uno de sus esclavos, quien fue ahorcado en la plaza de Santiago. Más tarde, como señaló el obispo Salcedo en su informe: “Quiso matar por su persona a don Juan de la Fuente Loarte, Maestre-escuela de esta Santa Iglesia y vicario general de este obispado, corriéndolo con un cuchillo porque procuraba impedir sus liviandades".

Todos estos hechos indujeron a su abuela y tutora, desde la muerte de sus padres, Agueda Flores, casarla a la brevedad posible, creyendo que ésta era la solución para aplacar los instintos sanguinarios que se manifestaban en la Quintrala. Entonces y para tener éxito en esta empresa, ofreció una dote que constituía una inmensa fortuna en la época.

Así, Catalina contrajo matrimonio en septiembre de 1626 con el caballero y soldado Alonso Campofrío Carvajal, quien no contaba con recursos económicos. Enseguida la pareja se trasladó a vivir a la hacienda de La Ligua. De esta unión nació un hijo, pero falleció tempranamente, a los 10 años de edad. Al parecer el matrimonio aplacó un tanto los instintos criminales de Catalina y se dice que en esa época era ella quien dirigía personalmente las actividades de sus propiedades, montando a caballo por los valles donde le complacía vivir con su esposo, ya que la ciudad le era odiosa.

Sadismo y azotes: la cruda historia

El único incidente ocurrido durante su matrimonio fue un atentado contra el cura de la Ligua, Luis Venegas, cuando éste iba a entregar la extremaunción a un indígena moribundo. Entonces fue asaltado por un fraile agustino que se supuso era Juan Lisperguer, primo de la Catrala. Sin embargo, al quedar viuda la Quintrala, alrededor de 1650, comenzó a manifestarse en forma acentuadísima la enfermedad mental que la caracterizó: el sadismo.

Se dice que flagelaba y torturaba sin piedad varias veces al día a los esclavos y sirvientes de su hacienda, sin distinción de sexo ni de edades, lo que provocó que todo su personal huyera a los cerros. Finalmente la Real Audiencia, intervino en los hechos en 1660, fecha en que designó a Francisco Millán para investigar lo que estaba ocurriendo en La Ligua.

Luego, la Quintrala junto a su administrador Asensio Erazo y su primo Gerónimo de Altamirano fueron detenidos y trasladados a Santiago, por el asesinato de 40 personas de la hacienda de La Ligua, sin contar los hechos anteriores al matrimonio, ni un asesinato posterior a su regreso a la capital. La acusación hecha en su contra decía: “Tiene la dicha doña Catalina de cometer semejantes delitos como constan largamente probados en las causas criminales que actualmente están pendientes en esta por la Real Audiencia de que resultan más de cuarenta muertes que todas están probadas y comprobadas con las señales de azotes y quemaduras que en toda la gente de sus servicios ha hecho la dicha doña Catalina a que se allega la fama pública de los delitos que toda su vida ha cometido así en personas libres como en los indios de su encomienda y además de su servicio...”.

Pero, la Quintrala amada y deseada por muchos hombres, odiada por la fracción opuesta de la buena sociedad e incluso por una parte de su propia familia, falleció mientras se substanciaba el proceso, siendo enterrada en la Iglesia de San Agustín en Santiago. Luego de dos siglos el historiador Benjamín Vicuña Mackenna destacó: “la enigmática figura de doña Catalina de los Ríos y Lisperguer que, perteneciente a la familia más influyente de esos años, propietaria de tierras y de esclavos, se convertiría, producto de una psiquis enfermiza, atormentada por cierta voluntad omnímoda, en una amante sangrienta, en una parricida, en una patrona inmisericorde, en una hechicera que ha devenido a través del tiempo en una suerte de mito de cierta supuesta perversidad femenina".

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Historia de Chile: Biografías.
Catalina de los Ríos y Lisperguer: 1604-1665
La Quintrala
Catalina de los Ríos y Lisperguer, quien es más conocida como la Quintrala -derivación popular del apócope o diminutivo de Catalina, Catrala- nació en Santiago hacia 1604, y falleció en 1665.

Sus padres fueron Gonzalo de los Ríos y Encío y Catalina Lisperguer y Flores, criollos santiaguinos. Sus antepasados por ambas líneas paternas llegan hasta la Conquista, encontrándose entre ellos a Bartolomé Flores, quien se casó con la hija del cacique de Talagante, doña Elvira, bisabuela de la Quintrala.

Para comprender las acciones por las que Catalina de los Ríos pasó a la historia, se debe considerar su crianza y especialmente la personalidad de su madre y su tía, las hermanas Catalina y María Lisperguer, respectivamente. Incluso, a ellas se las acusa de haber intentado envenenar al Gobernador Alonso de Ribera (1604), hecho que -según se ha asegurado- se debió al despecho de María ante el clandestino matrimonio de Ribera con Beatriz de Córdoba.

Ordenada la prisión de las hermanas, María recibió el asilo de los agustinos, mientras que Catalina fue ocultada, primero por los dominicos, y después por los mercedarios. La inmunidad eclesiástica y las poderosas relaciones familiares y sociales de las hermanas Lisperguer y Flores, dejaron sin efecto la acusación. María, quien era tenida por bruja y encantadora, se casó con Juan de Añasco con quien se fue a vivir a Lima. Nada más se supo sobre ella.

El destino de su madre

Catalina Lipserguer se casó con Gonzalo de los Ríos, rico heredero detierras en la Ligua y Longotoma. Al parecer, al poco tiempo de casadosCatalina mató a una hija natural de Gonzalo. Al respecto, el obispo Francisco González de Salcedo decía al Consejo de Indias, en 1633: "Fue esta doña Catalina mujer cruel, porque mató con azotes a una hija de su marido, y asimismo mató a un indio a quien pidió las yerbas con que quiso envenenar el agua de la tinaja de que bebía el Gobernador".

Catalina Lisperguer y Flores tuvo dos hijas: Águeda -casada con el oidor de Lima, Blas de Torres Altamirano- y Catalina.

La muerte de su padre

La Quintrala entró a la historia acusada de haber asesinado a su padre con un pollo envenenado que le ofreció en su lecho de enfermo, hacia 1622. La acusación hecha por su tía paterna no conoció proceso, tal vez porque nuevamente el peso de las relaciones de la parentela con el gobierno debió surtir efecto.

La impetuosa y sorprendente personalidad de Catalina ha sido asociada a una serie de delitos cometidos durante su vida. Habría sido la culpable de la muerte de un encumbrado caballero de la Orden de Malta, a quien invitara a su lecho, donde lo asesinó. Sin embargo, la responsabilidad del hecho fue atribuida a uno de sus esclavos, quien fue ahorcado en la plaza de Santiago.

En otra ocasión, como señala el obispo Salcedo en su informe: "Quiso matarpor su persona a don Juan de la Fuente Loarte, Maestre-escuela de esta Santa Iglesia y vicario general de este obispado, corriéndolo con un cuchillo porque procuraba impedir sus liviandades", lo que habría ocurrido en 1625 ó 1626, cuando Catalina tenía 23 ó 24 años.

Su matrimonio

A instancias de su abuela, Águeda Flores, quien desde la muerte de sus padres era su tutora, Catalina contrajo matrimonio (septiembre de 1626) con el caballero y soldado Alonso Campofrío Carvajal, de poca fortuna. La novia llevó al matrimonio una dote de 45.349 pesos, suma bastante cuantiosa en aquella época. En 1643, Campofrío fue elegido alcalde de Santiago en reemplazo de Juan Rodulfo Lisperguer y Solórzano, primo de su mujer, hecho que demuestra la influencia de la familia. Luego del matrimonio, la pareja se trasladó a la hacienda de La Ligua.

Según el historiador Benjamín Vicuña Mackenna, el esposo no estuvo ajeno a las costumbres despiadadas de su mujer, convirtiéndose en su cómplice.

Alonso y Catalina habrían mandado asesinar al vicario de la región, quien fue ultimado por un esclavo y un primo de Catalina, el que, curiosamente, era religioso. El matrimonio

Campofrío de los Ríos tuvo un hijo, llamado igual que su padre, pero el niño falleció a la edad de 10 años. Su padre murió hacia 1650, dejando viuda a Catalina.

Propietaria

Catalina de los Ríos heredó los ricos valles de Longotoma y La Ligua, a los que agregó, en 1615, vastas tierras en el departamento de Petorca, y otras en San Juan de Cuyo, al otro lado de la cordillera. Desde 1638 disfrutó de los repartimientos indígenas de Codegua, que habían pertenecido a su hermana Águeda. Se supone que Catalina, rica hacendada y ganadera, dirigía personalmente las actividades de sus propiedades, montando a caballo por los valles donde le complacía vivir con su esposo, ya que la ciudad le era odiosa.

Según la tradición, en la hacienda de La Ligua era donde azotaba y mataba a los indígenas a su servicio y a sus esclavos, sin miramientos.

Otros crímenes Hacia 1634, el obispo Salcedo pidió la investigación de todos los sangrientos sucesos de La Ligua. Sin embargo, tuvieron que pasar 30 años para que la justicia se empeñara en conocer e informar de tales acusaciones. De hecho, la Real Audiencia comisionó a Francisco Millán para que secretamente se constituyera en La Ligua con el fin de escuchar los reclamos de sus víctimas, sin la intervención de Catalina, su sobrino y su mayordomo. Habiendo encontrado evidencias de la veracidad de las acusaciones, el oidor Juan de la Peña Salazar se trasladó a la hacienda, apresó a Catalina y la llevó a Santiago para seguirle juicio criminal. Este no estuvo exento de las influencias de su nombre y las relaciones familiares con los oidores, quienes favorecieron la causa de la rea, a quien, en total, se le atribuye la autoría de cuarenta crímenes.

Así se desprende de la acusación hecha en su contra: "Tiene la dicha (la costumbre) doña Catalina de cometer semejantes delitos como constan largamente probados en las causas criminales que actualmente están pendientes en esta por la Real Audiencia de que resultan más de cuarenta muertes que todas están probadas y comprobadas con las señales de azotes y quemaduras que en toda la gente de sus servicios ha hecho la dicha doña Catalina a que se allega la fama pública de los delitos que toda su vida ha cometido así en personas libres como en los indios de su encomienda y además de su servicio...".

Su muerte: ¿un arrepentimiento?

El 10 de mayo de 1662 Catalina dispuso su testamento. Casi toda su fortuna fue legada en beneficio de su alma, para ser rescatada del purgatorio. Estableció que se dijeran 20 mil misas, para lo que dispuso 20 mil pesos.

En los días siguientes a su entierro, debían oficiarse otras mil misas, y también mandó se dijeran 500 misas más, esta vez por las almas de los indígenas que habían fallecido debido a sus malos tratos.

Mediante otras disposiciones, favoreció a algunos parientes y amigos cercanos. Por último, legó 6 mil pesos al Señor de la Agonía o Cristo de Mayo, para seguir realizando la procesión expiatoria de los días 13 de mayo, cuando se recordaba el terremoto acaecido en esa fecha. Sus funerales fueron realizados con una ostentosa pompa, que incluyó mil cirios para la iglesia. Ataviada con el hábito de San Agustín, fue enterrada en el templo de esa orden.
Fuente: Cristián Guerrero Lira, Fernando Ramírez Morales e Isabel Torres Dujisin.

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