Monday, December 07, 2009

 

Concurso Nacional Relatos Familiares

www.emol.com
lunes 7 de diciembre de 2009

Concurso Nacional Relatos Familiares:
Antiguas historias familiares retratan un Chile que ya se fue

Campesinos con chupalla y ojotas, viajes en burro y ciudades con menos delincuencia forman parte de los recuerdos enviados por adultos mayores chilenos y que se pueden leer en internet.

AMALIA TORRES


Salvador del Carmen Carreño (80) tenía seis años cuando, vestido con ojotas y chupalla, visitó Santiago por primera vez.

Todavía recuerda perfectamente el susto que le dio "esa tremenda mole" que era el tren, del viaje en un bus lleno de gallinas y quesos frescos, así como de su primer sueldo -cuando aún era un niño- de un peso por trabajar toda una tarde plantando flores. "Era un montón de plata para esa época", dice.

Con esos recuerdos también participó, al igual que 400 personas de todo Chile, en el Concurso Nacional de Relatos Familiares, organizado por la Fundación de la Familia.

¿La idea? "Valorar la diversidad de las familias, las distintas historias que cada una tiene y revisar a través de ellas las problemáticas comunes. El proyecto estaba abierto a todos los chilenos, pero ha tenido un protagonismo especial en los adultos mayores, porque en el país hay valoración de lo joven en desmedro de lo antiguo, y contando sus historias ellos ven una manera de proyectarse en el tiempo", explica María Eugenia Hirmas, directora Sociocultural de la Presidencia y la persona a cargo de la fundación.

Desde hace unas semanas que las 287 historias familiares enviadas durante 2008 se encuentran en internet. Se espera que las de este año estén en el sitio de la fundación antes de fin de año.

Este proyecto funciona al alero de Memoria Chilena ( www.memoriachilena.cl ), una web dependiente de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam), que tiene como objetivo "sacar la biblioteca fuera de los muros del edificio", según dice Daniela Schütte, su coordinadora.

Para lograrlo, en el sitio no sólo se pueden descargar gratuitamente libros y documentos, también hay música, partituras de Víctor Jara y audio de la Pérgola de las Flores, así como fotografías históricas, entre muchas otras posibilidades.

Nietos asombrados

Entre quienes participaron este año en Relatos Familiares estuvo Carlos Silva. En su historia "Recuerdos alegres y tristes de mi niñez", rememoró cuando vivía en Combarbalá, un pueblo al que sólo se podía acceder a pie, caballo o burro. "Vehículos había muy pocos". Tampoco se olvidó de las cosechas. "Eran trillas a caballo, donde se invitaba a los amigos y todos ayudaban. El dueño de la siembra se colocaba con la comida: cuatro platos abundantes. Por eso, en mi casa, cuando se sirven los platos muy llenos, todavía se dice: 'Ya estamos en trilla'", explica.

Asimismo, recordó las pichangas con pelota de trapo "que en verdad estaban hechas con calcetines. Algo muy distinto a la infancia que tuvieron mis hijos".


OTRA ERA.- Angelina Milla reconoce que cuando sus hijos eran chicos, los vecinos de la calle eran todos amigos y se realizaban concursos de corrida en saco por el vecindario.


"Los recuerdos vienen solos, a veces uno tiene más memoria para atrás que para adelante", dice Angelina Milla (70), quien le pidió a su hijo que le transcribiera al computador el relato que ella escribió a mano.

En su cuento plasmó cómo décadas atrás todos los vecinos se conocían y celebran juntos fiestas como el Año Nuevo. "Éramos una sola familia los que vivíamos en esta calle. Ahora ya no pasa eso", sentencia.


DE GENERACIÓN EN GENERACIÓN.- A los nietos de Marcial Letelier les encanta cuando les cuenta sobre la tía Hortensia. Por eso decidió escribir esa historia para el concurso Relatos Familiares.
Foto:TOMÁS FERNÁNDEZ


A Marcial Letelier (76) también le gusta mucho la idea de escribir sus recuerdos. "Lo que más tenemos los mayores son recuerdos, y yo, con los tantos años que he vivido, tengo harto que contar".

Por eso, a sus 16 nietos siempre les habla de su pasado, y la historia favorita de todos es la de la tía Hortensia, una abnegada profesora rural que tenía que salir a buscar a sus alumnos casa por casa, porque los campesinos preferían que trabajaran antes que mandarlos a estudiar.

"Mis nietos encuentran inconcebible que hubiera escuelas sin luz, que los niños tuvieran que caminar kilómetros para aprender a leer y que en una sola sala funcionaran cuatro cursos. Por eso he tratado de mostrarles las diferencias de ese mundo y del actual, para que valoren lo que tienen".

A participar
La tercera versión del concurso "Relatos Familiares" se lanzará el 15 de mayo de 2010.

Memoria Chilena hizo una recopilación de recetas familiares del 18. El libro virtual debería salir a fines de año.

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Mi abuela, la emperatriz y las nueces.


Emperatriz
Mi mamá y mi padre ya casados vivían al lado de mi abuelita, por lo tanto, fue fácil pasar de la casa paterna a la casa de mi abuela.
Allí pasaba todas las mañanas y tardes cuando mis padres salían a su trabajo y yo me quedaba con ella todo el día.
Para esto mi papá construyó un cajón cuadrado (corral), donde mi abuela me dejaba y yo jugaba con los pocos juguetes que tenía.
Cuando el clima estaba bueno, mi abuela sacaba el cajón-corral al frente de la casa, en el jardín y me dejaba al cuidado del perro de la casa, que tenía cómo nombre Yack.
Se suponía que con este resguardo no me podía suceder nada, pero al frente de la casa vivía un muchacho como de 13 años, que según mi tia era un pelusa.
Alberto que es el nombre de este personaje, salía de su casa en dirección a una cancha que estaba en la esquina y como me veía ahí en mi cajón y solo cuidado por el perro Yack, se acercaba y como el perro lo conocía nada le hacía, me tomaba sacándome del cajón, dejándome al lado y después me ponía el cajón de sombrero, quedando yo encerrado igual pero oscuro, lo que significaba que me ponía a llorar, saliendo mi abuela desesperada y encontrándose con tremenda escena.
Por supuesto Alberto y sus amigos felices riéndose de tamaña jugarreta.
Ahí vivía mi tía con dos de mis primos Pati y Lolo, con ellos hacíamos y deshacíamos en casa de mi abuela, ya que los padres de mis primas también trabajaban.
Nosotros, estando a cargo de mi abuela, jugábamos a los juegos de esos tiempos, al pillarse, escondidas y hacer títeres en un mueble similar a un velador con patas talladas y largas, que sacándole el fondo quedaba como escenario especial para hacer títeres.
En todas estas entretenciones llegando el invierno, nuestra abuela nos concentraba a la hora de onces en el comedor alrededor de un brasero, con una tetera hirviendo y lista para hacer onces para nosotros y un mate para ella.
Nuestra abuela cogía su mate y cuando estaba un poco más frío nos daba a probar a nosotros, la edad nuestra en esos años era de 12, 8 y 7 años, la diferencia con mis primos era que yo era el más grande y por lo tanto, el inventor de los juegos y payasadas.
Mi abuela como persona de campo, ella era de Pupuya, entre Navidad y Matanzas, en la VI Región, nos contaba los cuentos del campo con los "aparecidos", el diablo (malevo), y otras historias del repertorio campesino. Aquí nos instalábamos los primos a escuchar estas historias con toda la atenci6n puesta en nuestra abuela.
Ya después ella seguía en sus quehaceres de casa y nos dejaba solos. Ahí comenzaba el jugar y disfrutar del día para nosotros.
Nuestros juegos eran por toda la casa lo que hacía que andábamos corriendo, saltando, gritando y metiendo bulla por todos lados, mi abuela nos dejaba, casi siempre estaba en la cocina haciendo algo.
Desde esa época no he visto hacer los picarones como ella los hacía, tomaba la masa y la enrollaba en su dedo índice (que previamente se lo mojaba en agua fría) haciendo una redondela perfecta, que la tiraba al sartén con aceite hirviendo. La masa era como un "lulo", que lo enroscaba en su dedo e inmediatamente lo lanzaba al sartén.
Nos servía estos picarones, empolvados con azúcar flor o pasados por chancaca, y así pasamos otra tarde juntos. Siempre nuestra abuela nos alimentaba, lo que ella hacía eficientemente y a como diera iugar.
La emperatriz, que era un mueble gigante (para nosotros), tenía un espejo, y una plataforma donde nosotros nos subíamos, más dos cajoneras a cada lado del espejo.
Cada cajonera tenía 6 cajones y un día 'intruseando" en ellos, encontrarnos nueces, que nuestra abuela guardaba y escondía de nosotros.
Claro que para abrir estos cajones, ya que estaban en el penúltimo cajón, se necesitaba un poco de técnica y ayuda de alguna silla o piso para alcanzar esta distancia.
Normalmente, al ser yo un poco más grande, era el que sacaba las nueces para después (todos escondidos) comerlas. Mis dos primos más chicos eran los que observaban si mi abuela venía, mientras estábamos sacando las nueces.
Esto se repetía todo el año, porque a veces (en invierno) el cajón tenía pasas, higos o membrillos, o frutas de la estación, cuando era primavera o verano.
Este secreto que teníamos los primos, nos duró hasta grandes, y nos quedó en la memoria nuestra.
Ahora analizando esta etapa de nuestras vidas nos hemos dado cuenta que nuestra abuela era muy sabia, porque si nos hubiera dado a comer estas frutas, nosotros la habríamos dejado por ahí y no la habríamos comido con las ganas que lo hacíamos cuando "robábamos" estas delicias. Lo que ahora uno cree es que nuestra abuela rellenaba el cajón todas los días, porque uno no se daba cuenta que las frutas... ¡¡ nunca se acababan !!.
CAROFEOL


melisa: de los 286 cuentos que participaron el año 2008 en el segundo Concurso de Relatos Familiares, de los publicados, seleccioné éste por el título: Mi abuela, la emperatriz y las nueces.

Encontré que había mucha coincidencia con una anécdota de mi niñez.
La abuela del cuento era de Pupuya, pueblo costero entre Navidad y Matanzas, en la Sexta Región.
Mi abuela vivió en Pichilemu la capital de la provincia Cardenal Caro y principal balneario de la región.
En el cuento había una "emperatriz", a ojo de los niños, era enorme, tenía un espejo, una plataforma donde se subían y dos cajoneras a cada lado del espejo, lugar en el que la abuela escondía las nueces y otras frutas.
Creo que la mayoría de las personas no saben lo que es una "emperatriz", yo siempre lo he sabido porque en mi casa hay una hasta el día de hoy, con un espejo redondo en el centro y a ambos lados una copia de un velador y un cajón al centro, perteneció al primer amoblado de dormitorio de mis padres, consistente en dos marquesas (en esos tiempos los matrimonios dormían en camas separadas, aunque a veces "misteriosamente" amanecían los dos en una misma cama), 2 veladores, un ropero, una cómoda y la citada "emperatriz".
Durante 20 años veraneamos en Pichilemu, a comienzos de enero hasta fines de febrero, tuvimos la suerte que mi mamá por ser profesora tenía estos dos meses de vacaciones; durante este tiempo arrendábamos casa y sólo la primera y la última noche dormiamos en el chalet de mi abuela.
No sólo en verano íbamos a Pichilemu, también nos mandaban en las vacaciones de invierno y para el Dieciocho, según mi mamá era para que engordáramos un poco.
Como este era el objetivo, mi abuela nos daba huevitos a la copa y pan amasado a las 10 de la mañana y nos hacía comer todo lo que nos servían aunque no fuera de nuestro agrado, arroz, por ejemplo.
A pesar de la sobrealimentación, con el aire marino y el cambio de clima, siempre teníamos hambre, y había que buscar qué comer, y...¡Oh, milagro! en la misma pieza que estábamos durmiendo en el ropero antiguo de esos con espejo, descubrimos un tesoro, tenía mi abuela guardadas unas peras secas que fueron desapareciendo de a poco. Un buen día la escuchamos decir que iba a hacer empanadas de pera y mandó a la empleada a buscarlas. No nos dijo nada, pero como quedaban tan pocas, hizo de arroz con leche, por supuesto tuvimos que comer sin chistar.
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