Friday, May 01, 2009

 

Semblanzas de Fidel Sepúlveda





JOSÉ LUIS VILLALBA PERNAS

A Martín Mellado, ingeniero y poeta del cine, quien me convenció de publicar estas notas.

Conocí a Fidel Sepúlveda a comienzos de los años 60, cuando él era estudiante de pedagogía en castellano. Siendo compañero de curso de mi hermano mayor, él solía frecuentar a menudo mi casa, ya fuera para estudiar, intercambiar ideas o simplemente para departir las distracciones propias de la juventud de esa época. Recuerdo que era más bien taciturno y reservado, compuesto en el vestirse -con un sempiterno y bien cuidado traje-, peinado con jopo a la gomina y de hablar pausado y modulado.

Fidel, Gastón Soublette y José Lus Villalba en la casa de Gastón, en Limache año 2005


Cuando cantaba en grupo, sobresalía por la impostación de su voz y un desenfadado entusiasmo por las tonadas chilenas, las rancheras mejicanas, las zambas argentinas y los boleros tropicales, música alternada con sonoras carcajadas y poéticos brindis. Todo ello con un rostro enmarcado por gruesos anteojos. Hoy quizás sería calificado de modo inmisericorde como un nerd. Pero quienes incurrieran en ese infundado juicio no se imaginarían haber estado ante uno de los intelectuales más brillantes que tendría Chile. Más aún, ante un ser único y original en el que se empezaban a combinar con abundancia la humanidad, la creatividad y la sabiduría, virtudes que no siempre se dan al unísono en una sola persona.

Es por eso que quiero presentar a Fidel Sepúlveda en esa triple faceta de hombre, de poeta y de maestro, toda vez que la vida nos hizo converger en el territorio privilegiado de la amistad, compartiendo estrechamente valores, gustos, quehaceres y la vida familiar por más de 40 años. Este sitial me permitió ser testigo privilegiado del pleno desarrollo que puede alcanzar una persona cuando es por completo fiel a sí misma, facilitando con ello la movilización de sus impulsos más profundos y soterrados hacia una dimensión solidaria y trascendente.

FIDEL, EL HOMBRE Y EL HOMBRÓN


La vertiente inagotable de Fidel Sepúlveda Con la fluidez del agua de su Cobquecura natal, dedicó la vida a pensar, sufrir y descifrar el alma de Chile. Este año, la Dibam y la UC lanzan sus libros inéditos. Foto: Fidel Sepúlveda.



Algunos nos referíamos con ese término a Fidel. Por ejemplo, se escuchaba en una reunión de amigos: ¿Sabes si va a venir el hombrón? Desde temprano supimos que Fidel trascendía la mera categoría del género masculino. El iba poco a poco consolidándose en la mente de sus cercanos como alguien que avalaba con su propia humanidad lo más profundo de su quehacer intelectual.

El apodo de hombrón, con esa sonoridad fuerte de la última sílaba, parecía reflejar fielmente su originalidad a la par de mostrarlo bien anclado a la tierra. No a una tierra abstracta y universal, sino a la tierra concreta, la campesina, la chilena. Y más aún, a la tierra de su tierra, la de sus localidades amadas de la provincia de Ñuble, la tierra que lo vio nacer y que lo signó con una marca indeleble: la del caserío de San José. Se trataba -se trata aún- de unas pocas casas aisladas y enclavadas en los cerros aledaños a la localidad de Cobquecura, esa que lo hizo e x c l a m a r u n d í a , c o n impaciente ironía barroca:


¿Con qué cura se cura Cobquecura?


El apodo de hombrón fue con el tiempo sustituido por el de maestro, siempre en el contexto del usted, aunque algunos íntimos a veces lo llamábamos Fido y, olvidando l o s t á c i t o s r i t u a l e s , l o tuteáramos.
Pero sus comienzos no fueron fáciles. “Yo conocí muy de cerca el hambre; duele aquí en la cabeza”, me confidenció Fidel en una ocasión. Es que, cuando era niño, perdió tempranamente a su padre y doña Alejandrina, su madre, se vio enfrentada a la carestía más completa debiéndose trasladar desde Cobquecura a Chillán. Para tener un mínimo ingreso, ella amasaba pan y él salía a venderlo en un canasto de mimbre. No siempre tenía éxito. Entonces, había que sustentarse con menos de lo mínimo.
Fue entonces cuando doña Alejandrina tuvo la ocurrencia de internar a Fidel en el Seminario Menor de los Franciscanos de Chillán para que al menos fuera alimentado y educado sin que fuera una sobrecarga económica imposible de llevar. Allí terminó de cursar la primaria y la secundaria, aprendiendo de paso latín, griego y nociones de filosofía y teología.
La vida en el Seminario transcurría sin mayores quiebres y daba para algunas entretenciones: “En ese tiempo yo era fanático de la música española, la que escuchaba diariamente gracias a una emisora radial de Chillán”, solía contar refiriéndose a los orígenes de su inclinación por los temas hispanos.

Cuando llegó a la adolescencia, Fidel descubrió que no tenía vocación para el monacato, aunque sí admiraba profundamente la figura de San Francisco de Asís. Por eso, Il poverello pasó a ser una permanente fuente de inspiración en su vida personal y en su poética. No es de extrañar que San Francisco y las creaturas, uno de los 5 autos sacramentales -formas medievales de representación- que tanto empeño les pusiera en el futuro, tuviera su origen en esta temprana experiencia. Los otros cuatro restantes, Por Navidad, Pasión y Vida del Hijo del Hombre, La cena prodigiosa del Padre Hurtado y Teresa de los Andes, una llama de amor viva, se alimentarían también de esa temprana veta mística, a la par de estar entroncados a la mejor poesía del Siglo de Oro español.
Su imperativo interior lo movilizó a Santiago, donde llegó solo, sin tener bien claros sus medios de subsistencia y aprovechando inicialmente la red comunitaria de los franciscanos. Su objetivo era matricularse en el Instituto Pedagógico en la Universidad Católica, pues le atraía tanto la docencia como profundizar en la literatura hispano americana.


Sorprendentemente, como no tenía mayores compromisos en la capital, decidió estudiar en forma paralela Derecho en la Universidad de Chile. Eran tiempos en que no se pagaba por la educación superior. Al cabo de unos años, terminó exitosamente ambas carreras. Sin embargo, optó tan solo por t i t u l a r s e d e p e d a g o g o , desistiendo de preparar su tesis para convertirse en abogado. En ese momento, Fidel ya tenía muy presente lo que haría de su vida. Sus mandatos internos eran tan claros como el agua del estero de su San José natal, escondido lugar rodeado de avellanos, coigües y arrayanes precolombinos, y habitado por una multitud de aves canoras.

No ejerció mucho tiempo como profesor de castellano cuando el sacerdote dominico Raimundo Kupareo, en ese tiempo vice rector de la Universidad Católica -uno de los precursores del estudio sistemático del fenómeno del arte a la luz de la filosofía, de la psicología y de la historia- invitó a Fidel a dedicarse a tiempo completo en el Departamento de Estética, anexo a la Facultad de Educación y embrión del futuro Instituto de Estética de la misma Universidad.

Al iniciarse la década de los 70, Fidel encabezó el traslado desde la sede del Instituto Pedagógico, ubicada en la calle Dieciocho, a las nuevas dependencias en el Campus Oriente de la Universidad Católica. En el incipiente Instituto, del cual sería su Director por muchos períodos, Fidel ejercitó la docencia hasta el mismo año de su muerte, ocurrida en Septiembre del 2006. Su casa en la calle Campoamor, en la comuna de Ñuñoa, distaba de la Universidad tan solo a una grata caminata a pie. Agrado que se tornara en duro sacrificio durante los últimos meses de su enfermedad.




Al amparo de Estética, término con el que solía referirse al Instituto, desarrolló su vida de poeta y maestro, a la par que fue completando su vida personal, casándose con Soledad Manterola Bade y teniendo a sus hijos Javiera y Sebastián. En 1976 decidió ampliar sus estudios obligándose a una larga permanencia en Madrid, donde se doctoró en 1980 como filólogo en la Universidad Complutense. A su regreso, el Instituto de Estética continuó siendo el marco estimulante para una intensa vida académica. Eso lo catapultó a los cenáculos nacionales e internacionales a través de innumerables simposios, conferencias y cursos, organizados en torno al arte popular, la antropología cultural y las mitologías criollas.


Fue en un encuentro internacional en España, a fines de los 80, donde presentó su tesis acerca de la identidad chilena r e f l e j a d a e n d o s m i t o s autóctonos: el mito del Imbunche y el mito de Jauja. El primero, de origen chilotearaucano, se centra en esa figura oscura, el Imbunche, a la que los brujos le han cosido siendo niño “todos los agujeros del cuerpo” para convertirlo en criado; por eso, no ve, no habla, ni escucha, sino tan solo obedece las órdenes de sus mandantes. El significado profundo de este engendro, lo asociaba a lo apequenado de nuestro pueblo, al fatalismo, a la inercia que frena todo proyecto trascendente, al chaqueteo, a la indiferencia frente a realidades imperiosas, al fácil endoso de la propia identidad a líderes inadecuados o perversos. El segundo mito -heredado del romancero español- habla de la tierra de Jauja, donde por los ríos circula raudamente el vino y de los árboles cuelgan las longanizas y jamones, de modo que para vivir, para lo que es placenteramente vivir, basta con estirar la mano. “Es la tierra bíblica donde mana leche y miel -me aclaraba Fidel en una ocasión- pero es también la irrefrenable pasión por la polla-gol, el sueño con darle el palo al gato, la búsqueda de los entierros y minas de oro, en fin, la fortuna fácil exenta de sacrificios y también la manera cómoda de esperar a gobiernos que resolverán todos los problemas”. Lo chileno, según él, oscilaría casi maniáticamente entre estos dos polos extremos.

Pienso que esto ayuda a aclarar la que fue quizás la mayor pasión de su vida: desentrañar la identidad del pueblo chileno a partir de las claves implícitas que se han ido gestando en las manifestaciones folclóricas -puras e incontaminadas- y en la poesía popular, desde nuestros orígenes como país hasta el presente. Por eso investigó profundamente en el romancero, en el cancionero a lo humano y a lo divino, en el refranero, en el adivinancero, en las festividades y rituales populares, ancestrales y modernos, sabiendo que allí está lo más legítimo de nuestra alma nacional.

También, fue por años precursor, colaborador y director de la revista Aisthesis y de cursos, escuelas y festivales vinculados al folclore nacional. Los cantores populares, guitarroneros y payadores frecuentaban su casa. El mismo solía celebrar con familiares y amigos, la noche de San Juan, donde se recitaba, se payaba, se practicaban rituales de adivinación y se comía y se bebía de una repostería tradicional y abundante.

EL POETA DE LA ALDEA

“A mi la poesía me sube por la planta de los pies”, solía compartir refiriéndose a las claves de su quehacer poético. Con ello se refería a su opción por la tierra y su habitante. Su gran referente era la naturaleza virginal y, a la vez, vilipendiada por la codicia de la mano humana. Se vinculaba con el habitante ancestral, el ab-origen -el que estaba en el origen de los tiempos- y que dramáticamente pierde rumbo, cayendo a lo que no es, como señala con dolor refiriéndose a su localidad de nacimiento:

San José
está en pie
pero se cae
se cae
a lo que no es...

O, por el contrario, al que fustiga con sarcasmo, cuando canta ante Colmuyao, una localidad vecina:

¿Y los lomajes?
Reforestados
¿Y el río río?
Canalizado.
¿Y los vegajes?
Mecanizados.
¿Y el rancho, gancho?
Urbanizado.
Y el huaso raso
remodelado
incorporado
curturizado
radioapilado.

También rescata la dignidad de algún lugar venido a menos como es el caso del tan conocido y antalogado poema sobre Curepto:

Es Curepto
en mi concepto
una muy digna persona
persona con dignidad
¿me entiende?

Pero siempre desconfiará de algún tipo progreso en el campo y en las ciudades que se alcance a costa de desdibujarnos o perder nuestra identidad. No aceptará nunca que se rompan los equilibrios ni los procesos naturales. Tampoco aceptará el avasallamiento del poder y la riqueza, y menos a cambio de sacrificar la lenta alquimia que existe tras todo verdadero hito cultural, por pequeño que sea. Esta es la gran clave para comprender su poesía. La poesía que le brota a partir de Chile, de Latinoamérica y de las mareas de su propio corazón
Cuando Fidel Sepúlveda se lanza a la aventura creativa, dando a luz su primer libro, Geografías (1974), hace precisamente eso: cada poema está construido como una localidad específica que está humanizada por la presencia o el rastro de sus habitantes. Eso genera un juego de isomorfismos e n t r e e l l o c u s r e a l , c o n s u s características específicas, y el locus lingüístico que recrea la identidad, la acrecienta o la devela a través de metáforas, consonancias, giros populares, juegos de palabras, polisemias y sorpresivos neologismos. Todo termina entonces apuntando a ese mismo descubrimiento que hiciera otrora Heidegger: el ser habita en el lenguaje. La esencia de las cosas no es algo abstracto, es algo concreto y está encerrada, de partida, en el nombre de las cosas.
Eso es lo que intuye Fidel Sepúlveda al iniciarse públicamente como poeta. Hay que partir por la idea misma de geografía, es decir, como escritura de la tierra. Así como él amaba mostrar unas extrañas rocas cercanas al Agujero del Puelche, en los alrededores de Cobquecura, donde estaban los dibujos milenarios producto de los procesos físicos y bioquímicos asociados a dichas rocas -él decía: “algún día seremos dignos de descifrar esta escritura”-, así también él buscaba descifrar la grafía de lo que ha producido la tierra germinada por una cultura naturalmente digna.
Con esto Fidel Sepúlveda se revela como un poeta mayor. A fuerza de cantar a sus aldeas, se convertirá en vate de lo universal y trascendente, en demiurgo entre los mortales y las fuerzas superiores, ya sea lo que reconocemos como divinidad, como sus emisarios, sus representantes o todo aquello que tiene el poder de “la virtud”. Su palabra surgida desde la profundidad de la tierra es, entonces, simétricamente a la del cielo, energía d e s a t a d , p o r t a d o r a d e v i d a , generadora de nuevas realidades, r e g e n e r a d o r a d e l a s f u e r z a s disminuidas. Así restablece la buena senda para aquello que ha perdido el rumbo, y moviliza el corazón de sus audiencias hacia el territorio del legítimo ser, opuesto al de la apariencia y del engaño.
El tiene conciencia de esta misión catártica y reparadora y lo expresa bellamente, hecho uno con todo el candor popular, en una décima -esa forma poética que tanto amaba y admiraba- con la que cierra su auto sacramental Por Navidad:

Soy cantor y mi cantar
canta al sol y a las estrellas,
a todas las cosas bellas
que Dios se gozó en crear.

Mi canto pongo en tu altar
yo a las cosas con mi canto
les saco lustre y encanto
y ellas contentas se sienten
como hijas resplandecientes
del Dios Santo, Santo, Santo
.
Con esto, Fidel Sepúlveda devuelve al arte su primigenia calidad religiosa, en el sentido de religar las fuerzas inmanentes y trascendentes. Toda su obra poética será atravesada tangencialmente por este sentimiento.

EL CUERPO DEL MAESTRO

Cuando Fidel Sepúlveda estaba por comenzar alguna de sus magistrales clases, algo que tanto admiraban sus alumnos y discípulos, le brillaban los ojos con una mezcla de malicia, de bondad y de entusiasmo. A la par, se frotaba largamente las manos, una tras otra, como si se las restregara con un invisible jabón purificador para poder así realizar una suerte de operación delicada. Tras esa liturgia inicial se largaba con el tema de fondo. A medida que hablaba, su cuerpo se d e s p l e g a b a y s e comprometía con sus ideas y emociones. Parecía que las palabras las sacara de la raíz de sus articulaciones corporales. Para reforzar algún concepto, agitaba los brazos en círculos, como acarreando invisibles animales. Una variedad de muecas iba al unísono de tales gestos. El auditorio asistía maravillado, literalmente enmudecido, ante ese despliegue de auténtica retórica, la que no era otra cosa sino creación poética in situ, refinado privilegio para quienes eran testigos presenciales.
Como un director de orquesta comprometido a fondo con la música que dirige, así el maestro-poeta, dirigía sus propias palabras como si constituyeran una partitura grabada en lo más profundo de su ser. Ahí leía, desde ahí lanzaba, desde ahí imbricaba su idea de hombre con la vida misma, ligaba el arte a la vida, ya que ese era su ideal más preciado: alcanzar el arte de vivir. “Lo que importa es el artevida”, insistía una y otra vez. Eso significaba remontar la tentación del arte por el arte y ser atrapado por el mero juego de las formas estéticas. El arte, en el fondo, se convertía paradojalmente en medio y en fin, a la vez. Fin, en cuanto valor que se autosustenta. Medio, en cuanto, fin que va más allá de su propio fin y se revela trascendido y trascendente.

¿Cuál es el centro del centro?
¿Cuál es el dentro del adentro?

Fidel Sepúlveda caló profundo en el corazón de muchas generaciones de estudiantes. Les abrió los ojos y les destapó los oídos enseñándoles a ver y a escuchar más allá de lo contingente y de lo utilitario. Enseñó a adentrarse en los misterios de la originalidad a partir de lo minúsculo y de lo local.
Enseñó a partir de lo que él aprendió con el propio manejo de sus palabras y también con lo que otros hicieron.
En su largo viaje por la docencia, su pasaporte fue el dominio de las imágenes, las poéticas y -no es de sorprender- también las fílmicas. Porque a la par de la literatura y la filosofía fue un gran conocedor del cine y de su lenguaje, de sus mecanismos simbólicos y los puntos en común con otras artes.
Sus trabajos reflexivos y creativos, escritos con dominio pleno del lenguaje, le valieron ser incorporado a la Academia de la Lengua en los años 90. Con gran satisfacción de sus integrantes. Fue emocionante escuchar al que otrora fuera su decano, Ernesto L i v a c i c , d a r l e u n d i s c u r s o d e bienvenida, rico en ideas y pletórico de vida y admiración.
Estoy convencido que con el correr de los años la figura de Fidel Sepúlveda se irá agigantando a medida que emerjan dos cosas. La primera, es que se siga dando a conocer su vasta obra, de la cual se ha editado tan solo una parte. Hay muchas cosas que esperan y q u e h a i d o c o m p i l a n d o infatigablemente Soledad Manterola. (Basta con mencionar su inédita tesis doctoral que en su época ganó el premio a la mejor tesis extranjera presentada en la Universidad Complutense de Madrid). Lo segundo es que otros artistas, intelectuales y hombres de buena voluntad, sigan rescatando y preservando aquello que concretamente respalda y constituye nuestra identidad de chilenos, aquello que también avala nuestra vocación de respeto por el orden natural de las cosas, aquello que orienta nuestra solidaridad por los más humildes y postergados pues en ellos radica una sabiduría insustituible. Entonces, Fidel Sepúlveda brillará como uno de los g r a n d e s a d e l a n t a d o s intelectuales de la Historia de Chile.
Es que él fue un poetaprofeta de nuestra identidad y de nuestra realidad más profunda. Un hombre sabio que transmitió adecuadamente su visión, dándole forma, tanto estética como filosófica. La convirtió en semilla para las generaciones futuras, plantándola en el corazón de hombres y mujeres de buena voluntad, regándolas con su bonhomía y su inquebrantable entusiasmo. Ello no será en vano.
Santiago, 12 de Julio de 2008.

En sus siguientes ediciones Dedal de Oro publicará poemas y otros escritos, todo inédito, de Fidel Sepúlveda, facilitados por su esposa Soledad Manterola, a quien agradecemos.
http://www.dedaldeoro.cl/ed45-24-25_fidel-sepulveda.html

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El Sàbado
Revista de El Mercurio
sábado 25 de abril de 2009


"Aunque sepa los caminos, yo nunca llegaré a Córdoba". Versos de Federico García Lorca que tengo separados para el arranque de un próximo libro, y que me habría gustado compartir con Fidel Sepúlveda, aquel profesor de estética y literatura que se murió de cáncer mientras yo navegaba por los fiordos de Noruega en un viaje monótono del que conservo sólo unos pocos recuerdos; entre ellos, la lectura del correo electrónico que me anunció su muerte.

Fidel no era de los profesores que pasan materia, y encarnaba mejor que nadie estos versos de García Lorca. Sus métodos de enseñanza, más que improvisaciones, respondían a otra naturaleza pedagógica y existencial. Fidel estaba fuera de la norma clásica, y eso me gustaba. Gozaba andar los caminos, mucho más que llegar a una meta determinada. A él le gustaba viajar, a él le gustaba invitarnos a salir de cacería, ir en busca de algo que a ratos ni sospechábamos qué era, ir a la caza de palabras y experiencias que hicieran recordable el momento vivido en la sala o fuera de ella.

Algunas semanas atrás, recibí de su esposa una carta de navegación con la que Fidel imagino trabajaba sus clases. Su carta de navegación es móvil y abierta, y no creo que Fidel se aferrara a ella para sobrevivir en la cátedra universitaria, aunque vaya uno a saber. Sé que fuimos muchos los que valoramos su estilo, su inconfundible y parsimoniosa manera de enseñarnos a pensar y a vivir. Me he demorado, pero finalmente creo comprender que Fidel Sepúlveda es uno de los tipos que me marcaron. No es que uno quiera ser como él. A duras penas uno trata de ser como cree que es, aunque para saberlo hagan falta varias vidas probablemente, y ni aun así sería suficiente. Hay que ensayar, hay que correr algunos riesgos, hay que equivocarse, hay que andar el camino. Otra posibilidad es quedarse estático, o dejarse llevar sin oponer ninguna resistencia, o esperar a que vengan por ti. Me gusta más la propuesta móvil y abierta de Fidel, este profesor de la universidad que justificó plenamente mi paso por el Instituto de Estética durante un par de años, remotos ya.

En su carta de navegación, Fidel transita por la luz y la tiniebla. Piensa en lo que inquieta y en lo que encanta. Atraviesa el asombro, se maravilla con los sentimientos, sueña, se ilusiona, construye un mundo a la medida del deseo. Se detiene en las palabras, en la sintaxis. Reconoce la existencia de la pesadilla, el laberinto, el infierno. El desencuentro, la soledad, la rutina. Nunca deja en segundo plano el valor de la experiencia. Es una manera de vivir y de enseñar que me conmueve. En los años en que Fidel navegaba junto a nosotros en salas universitarias, yo apenas balbuceaba una idea de lo que quería hacer en esta vida. Me he demorado, insisto, en comprender, pero al parecer ahora voy por un camino que no está demasiado lejos de lo que insinúa su carta de navegación. No tengo idea a dónde me lleva, pero en este camino leo y me detengo, y sigo la marcha, y me vuelvo a detener, ahora en unos versos de José Emilio Pacheco que a él tanto le hubieran gustado: "Mi único tema es lo que ya no está/ Y mi obsesión se llama lo perdido/ Mi punzante estribillo es nunca más/ Y sin embargo amo este cambio perpetuo/ este variar segundo tras segundo/ porque sin él lo que llamamos vida/ sería de piedra".

Si algo no quería Fidel Sepúlveda que ocurriera con su vida es que ella fuera de piedra. Es fácil fosilizarse en una cátedra universitaria. Es cuestión de acostumbrarse a pasar materia, y que te importe un rábano qué suceda en el camino. Algún día jubilarás, y entrarás en tus cuarteles de invierno a esperar. Fidel ensayó otra ruta, y nosotros, los que fuimos tocados por él, que sé que somos bastantes, le estamos agradecidos por no haberse hecho de piedra. Su testimonio es un estímulo. Un par de semanas atrás comenté la idea de empezar a escribir cartas nunca enviadas. Creo que ésta es la primera, con epígrafe de García Lorca: "Aunque sepa los caminos, yo nunca llegaré a Córdoba".

Comente esta columna en: blogElSábado
Francisco Mouat.

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Versión electrónica de la Revista Dedal de Oro.
Nº 47 - Año VII, Febrero y Marzo 2009

ACTO DE AMOR


EL 28 DE ENERO DE 2006, EN SAN JOSÉ DE MAIPO, FIDEL SEPÚLVEDA LLANOS OFICIÓ LA CEREMONIA DEL MATRIMONIO DE SU HIJA JAVIERA SEPÚLVEDA MANTEROLA CON PABLO MERINO LEFENDA. ESTA FIESTA RITUAL, ENTRE LOS CERROS Y EL RÍO, SELLÓ EL COMPROMISO JUNTO A LAS FAMILIAS Y LOS AMIGOS DE AMBOS. EL ESPACIO TRANSFIGURADO POR LA TRASCENDENCIA DE ESTA CELEBRACIÓN CONVOCÓ A LO HUMANO Y LO DIVINO, AL CIELO Y LA TIERRA. LAS PALABRAS DE FIDEL FUERON LAS SIGUIENTES:



Cajón del Maipo, Madre tierra, como nave, como cuna, como manos, como cuenco, esta tarde nos acoges, nos trasminas con tu energía, con tu fuerza, con tu majestad.

Madre tierra, tierna y tremenda, en la geología de tus tesoros minerales, en tu pertinacia creadora de vida y belleza, te invocamos.

Padre sol, padre fuego, inmenso y minucioso, que esta tarde nos alumbras, nos enciendes, nos combustionas y no nos consumes sino que nos perpetuas.

Padre fuego, llama viva que mantienes la vida en el cosmos, en el hogar, en el alma, te invocamos.

Hermana agua, la de este río Maipo, que nos envuelves en tu polifonía perenne, que cambiando permaneces, que buscas la raíz, la semilla y la inmensidad del mar.

Hermana agua, fluencia que abre cauces, que purifica, que desciende y asciende y florece aroma y frutos, te invocamos.

Hermano aire, que pueblas los alvéolos de mis pulmones y el firmamento, que nos asistes, nos conciertas y nos levitas, que nos mantienes en la vida.

Hermano aire, omnipresente en nuestro planeta, en nuestro cuerpo y en nuestra alma, esta tarde te invocamos.

Tierra, fuego, agua, aire, los cuatro elementos nos asistan, nos vivifiquen, esta tarde de gloria para Pablo y Javiera.

Parte somos de un programa de amor que mueve a la tierra, al sol, a las estrellas.

A la epifanía, a la hierofanía de este prodigio que los alumbra, los consuma y nos los consume, nos han invitado Pablo y Javiera.

Javiera y Pablo, aquí estamos tocados por este prodigio el más maravillante de todo el universo.

Por el amor han sido unidos ustedes, Pablo y Javiera, Javiera y Pablo, y convocados por el amor hemos concurrido nosotros a acompañarlos.

El amor nos salva. Salva nuestra vida de la muerte. Es lo único que nos mantiene vivos en la vida.

Bienaventurados ustedes, Pablo y Javiera, por estar poseídos por esta llama viva que da vida, la única vida que vale la pena vivir. Todo lo demás es vanidad.

El planeta se mantiene vivo por ustedes, por jóvenes como ustedes que, rompiendo el círculo letal del egoísmo, se han abierto a la maravilla del otro, han querido ser en el otro, que el otro sea presencia maravillante en cada uno de ustedes.

Hoy la maravilla de Javiera maravilla a Pablo. Hoy la maravilla de Pablo maravilla a Javiera. Hoy ustedes están en la verdad. Hoy ustedes están en la verdad, la única que salva. Todo lo demás es error y tinieblas y vanidad.

Hoy estamos aquí y agradecidos, por este don inmerecido que nos han regalado. Gestos como estos son los que mantienen la vida y el sentido en el planeta, rituales como estos encienden una luz en las penumbras de nuestra rutina donde las brasas se han ido poco a poco cubriendo de cenizas.

Gestos audaces, lúdicos, creadores como estos nos salvan, nos devuelven la fe en la estirpe humana. Todo lo demás es vanidad.

Hoy, la presencia del amor de Pablo y Javiera ha convocado nuestra presencia aquí. Y estamos presentes con nuestro cuerpo y con nuestra alma y nuestra presencia acrece la presencia en Javiera y Pablo.

Pero junto a esta presencia visible de nuestra compañía esta tarde hay otra presencia más poderosa. Esta tarde aquí yo siento, sentimos, los padres, parientes y amigos, la presencia de los ancestros. El pasado hoy está presente en esta boda de Pablo y Javiera. Los abuelos y los abuelos de los abuelos están aquí y su presencia es luz, es calor, es vida más allá de la muerte.

Aquí están los ancestros de los Merino de Santiago, los Lefenda de los abuelos y bisabuelos de La Serena, de Temuco y Valdivia, aquí la constelación de los Sepúlveda de San José de Cobquecura y aquí la estirpe de los Manterola de Valparaíso.

A través del tiempo la vida buscó y cavó los cauces para llegar aquí, a esta alianza de vida de Javiera y Pablo. Y por esto esta tarde están aquí los ancestros de Pablo y Javiera.

Pero esta tarde también, ya están, ya se sienten los balbuceos, los gorjeos, los gritos niños de muchos retoños, de muchos renovales, que tienen la energía, la generatividad, la alegría y el entusiasmo desbordado de Pablo y Javiera.

Hoy, pasado y futuro son presente, presencia que nos alumbra, nos enciende, nos trasciende.

Pablo y Javiera, Javiera y Pablo. Unan sus manos y digan conmigo:

Pablo esposo de Javiera, dígale a Javiera: Javiera, te amo.

Javiera esposa de Pablo, dígale a Pablo: Pablo, te amo.

Ahora, unamos todos nuestras manos. Tengamos un minuto de encuentro con nosotros y roguemos a Dios creador de la vida, para que el amor de Pablo y Javiera sea una llama de vida que dure más allá de la muerte.



Alabada sea la vida.
Alabado sea el amor.
Alabada sea la alianza
de la vida y el amor.
Benditos sean los novios
y su prodigiosa unión.
Dios los cuide y los ampare,
les dé ternura y valor
en el gozo y en la pena,
en la semilla y la flor.

Vivan todos los presentes.
Presentes nos tenga Dios.
Nos dé salud y alegría,
nos dé concordia y amor.
Benditos sean los novios
y el amor que los unió
por los siglos de los siglos
nos alumbren con su unión.

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Fidel Sepúlveda Llanos


Fidel Sepúlveda nace en Cobquecura 20 de Noviembre de 1936. Fue seminarista de los padres franciscanos de Chillán hasta los veinte años. Posteriormente cursó y egresó de Derecho de la Universidad de Chile, optó por ser profesor de Castellano (1965) titulado de la Universidad Católica, Licenciado en filología hispánica (1978) y Doctor en Filosofía y Letras (1980) con calificación sobresaliente de la Universidad Complutense de Madrid. Fue profesor de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación y del Instituto de Estética de la Universidad Católica de Chile y uno de los más profundos conocedores de la cultura tradicional y popular chilena junto con Violeta Parra, Oreste Plath, Margot Loyola. Poeta y ensayista. Dirige la revista Aisthesis de investigaciones estéticas por 21 años (1982 - 2003) y el programa de Arte y Cultura Tradicional. Realizó numerosos viajes a universidades extranjeras en su tarea de difusión docente de la cultura e identidad chilena (España, Alemania, Francia, México, Bulgaria, entre otros). Su trabajo de investigación y creación se traduce en numerosos libros, trabajos, premios y distinciones. Fue director del Instituto de Estética de la Universidad Católica de Chile entre 1971 y 1977 y entre 1993 y 2002. Durante dieciséis años fue director del Programa «Arte y Cultura Tradicional» de dicho instituto. Profundo investigador de la identidad y la cultura tradicional chilena. Su trabajo le valió una serie de reconocimientos, entre ellos el Premio Internacional del Instituto de Cooperación Iberoamericana a la mejor tesis doctoral hispanoamericana el año 1981 con su obra "Teoría de América en la novela actual", Premio de la Academia Chilena de la Lengua a la mejor creación literaria del año 1990 con su obra "A lo Humano y a lo divino", su nombramiento como Miembro de Número de la Academia Chilena de la Lengua (1998) y la nominación al «Premio a lo Chileno» (2004) por su aporte a la investigación y reflexión en torno a la identidad nacional y sus expresiones artísticas. Fallece en Santiago el 27 de Septiembre de 2006. Su cuerpo descansa en la tierra de su ancestros Cobquecura. Como un homenaje póstumo y velando por la continuación de su legado la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile (DIBAM) crea el año 2006 el premio "Fidel Sepúlveda Llanos".
Categoría: Educación
Etiquetas: Maestro de los Maestros URL






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