Friday, May 18, 2007
Benedictinos en Chile
Fundación del Monasterio Benedictino de Las Condes
Con ocasión de la muerte de doña Amalia, acaecida al llegar a Barcelona en marzo de 1930, Dom Pedro fue autorizado para acompañar a su padre a Chile, oportunidad en que se le hizo manifiesto el vivo deseo de numerosas personas e instituciones de Iglesia respecto a la fundación de un monasterio benedictino. Entre otros Monseñor Carlos Casanueva, rector de la Universidad Católica, hacía proposiciones formales, si bien un tanto fantásticas, ofreciendo terrenos en el cerro San Cristóbal. Don Juan Subercaseaux, a la sazón rector del Seminario, era otro de los interesados, lo que no es de extrañar, si se tiene presente sus primeras iniciativas durante su época de estudiante en Roma.
Por entonces un seminarista de Santiago, Eduardo Lagos Arraño, que manifestara a su rector su vocación a la vida monástica, fue enviado a Quarr, profesando allí en febrero de 1932. Futuro monje de Las Condes, el padre Eduardo sería su primer Abad en 1980.
Durante estos años, mientras Dom Pedro, ya entusiasmado con la idea, interesaba a sus superiores en Quarr, con encomiable diligencia, un caracterizado grupo de seglares y eclesiásticos se movía en Chile para lograr la deseada fundación. Don Juan los capitaneaba.
Sucede entonces un largo y farragoso período de gestación y concreción del plan fundacional, que tropezaba con la prudente resistencia por parte de Abad de Solesmes, Dom Cozien. Una fundación tan lejana no dejaba de plantear graves interrogantes y este género de obras debían ser probadas. Su verificación sería el triunfo de la paciencia ante voluntades aparentemente inconmovibles. -
Es digno de resaltar, durante todo este tiempo, el esfuerzo no sólo de don Juan, sino de toda la familia de Dom Pedro, que, oportuna e inoportunamente, movió todos los resortes al alcance de su mano para lograr el deseado objetivo. Entre los muchos capítulos de aquel auténtico drama resalta la intervención de don León Subercaseaux, el hermano menor. Agregado a la Embajada cerca de la Santa Sede, que en 1935 traba contacto con el Cardenal Secretario de Estado, Monseñor Pacelli, a fin de que presionara algo al Abad de Solesmes y decidiera la fundación.
En el intercambio de correspondencia habida en esta ocasión se manifestó claramente el interés de la Santa Sede en esta iniciativa, a la vez que las ideas personales del futuro Pío XII. Asi se lo expresó en abril de 1936 al Abad Primado de los benedictinos padre Fidelis von Stotzingen y posteriormente a la esposa de don León. En la mente del Cardenal Pacelli, la Congregación de Solesmes debería emprender la fundación “hasta que llegado el momento pudiese formarse una congregación sudamericana”. Si la abadía francesa se negaba a esta iniciativa, “se recurriese a la archiabadía alemana de Beuron”. Cabe adelantar que este planteamiento, con pequeñas modificaciones se verificaría de hecho en la práctica.
Hubo aún más. En 1936, con ocasión de una visita del obispo castrense, monseñor Rafael Edwards, a Roma, después de tratar el tema con el Abad Primado y el célebre Cardenal Schuster, Arzobispo benedictino de Milán, visitaba al Abad de Solesmes, a nombre de los obispos de Chile. Al informar a don Juan Subercaseaux del resultado de la entrevista expresaba: “Le he manifestado con cierta tenacidad que todos los obispos de Chile deseamos vehementes esta fundación y que pensamos que ella es un complemento del establecimiento de la Iglesia en Chile. Le he agregado que deseamos que sea Solesmes quien funde; por el gran poder de irradiación que tiene Francia y éste su admirable monasterio y que no nos mueve el desear esta fundación el simple deseo de tener más operarios del Evangelio en Chile (que harto lo necesitamos), sino el deseo de introducir la vida contemplativa y benedictina entre los hombres para rendir culto más perfecto a Dios, para atraernos mayores gracias y para señalar este ideal a nuestros fieles”.
Este planteamiento que definía con gran exactitud el objetivo y orientación de la futura casa, sería acogido con benevolencia por Dom Cozien, quien manifestó a monseñor Edwards que en último término el Capítulo General de su Congregación resolvería la petición. Este se reunió en julio de 1937 y, entre otras importantes materias, aprobó la elevación a abadía del priorato de Quarr y la fundación del monasterio chileno, encargándole a la citada comunidad su verificación.
Entretanto el mismo año se había constituido aquí una “Sociedad Mobiliaria de Las Condes”, encargada de recaudar los fondos para a futura casa y administrarlos. Su presidente sería el distinguido historiador don Carlos Peña Otaegui, amigo de Dom Pedro desde su juventud y primo hermano de doña Elvira; integraban el directorio don Horacio Valdés, cuñado del mismo padre, el presbítero Elías García Huidobro, don Juan Lyon. Un considerable aporte de la insigne benefactora doña Loreto Cousiño de Lyon permitiría la adquisición de la chacra Lo Herrera y la construcción del edificio.
Cupo al primer Abad de Quarr, Dom Gabriel Tissot, como se dijo, abordar la obra, para cuyo efecto se trasladó a Santiago con Dom Pedro Subercaseaux en febrero de 1938. Aquí desplegó extraordinaria actividad, estableciendo contacto con las instancias pertinentes y elaborando un plan entre cuyos puntos destacaban los criterios para la admisión de los primeros postulantes, posibles trabajos comunitarios, incluidos los artísticos.. “El señor Arzobispo —expresaba— ha manifestado que tiene mucho interés en dejar que la obra se funde y se desarrolle en toda libertad, según sus propias tradiciones y sin injerencia de parte suya que pudiese desviar a la comunidad de su ideal monástico. Todos están de acuerdo en reconocer las ventajas que aportaría un monasterio cuyo ideal seria, en el fondo, Solesmes”
El padre Subercaseaux quedaría en Santiago y Dom Tissot, de regreso a Quarr, preparaba el envío de los fundadores. En la correspondencia con la Santa Sede, entablada con el objetivo de obtener las licencias canónicas para el nuevo establecimiento, el Cardenal Pacelli le manifestaba en julio, en una detallada carta y refiriéndose al Santo Padre: “Debe El sin embargo expresar un deseo: y es que sean tomadas las precauciones y las medidas necesarias a fin de que puedan ser guardadas la regularidad y el fervor de la vida monástica. Su intención es, pues, que desde el momento en que la construcción del nuevo monasterio lo permita, los religiosos que deban ocuparlo sean enviados en número suficiente como para que la Regla monástica pueda ser observada plenamente”. Oportunamente se verá la profunda exactitud que tendrían estas sabias prevenciones.
El viernes 28 de octubre de 1938 llegarían a Santiago los fundadores. De Prior vendría Dom Henri Berard, nacido en agosto de 1880, habiendo profesado el 29 de mayo de 1904. Ordenado sacerdote el 24 de junio de 1909, desempeñaría, antes de venir a Chile, el importante cargo de Prior de Solesmes. El ecónomo cerelario sería Dom Marcel Blazy. A él se le deben las primeras páginas de la crónica del monasterio desde el momento de su instalación y, desgraciadamente, como consecuencia de la guerra, sería pronto llamado a Francia. Allí sería elegido Abad de Sainte Anne de Kergonan el 27 de mayo de 1963. Dom Jean Desrocquettes vino con el doble cargo de maestro de canto y organista; retornaría a Quarr en julio de 1948, para desempeñar esos oficios con su natural maestría, en setiembre de aquel año, en que debió hacerse cargo, hasta 1950, del Pontificio Instituto de Música Sagrada de Roma. El hermano Rafael van Hecke sería el encargado de los trabajos agrícolas.
El padre Pedro Subercaseaux, que se uniría al grupo aquí, los esperaba junto al Ministro de Francia y numerosos, amigos de la fundación, cuyo primer domicilio sería la chacra Lo Fontecilla, de don Carlos Peña. De inmediato comenzaría la recitación del Oficio Divino y la vida regular.
http://www.benedictinos.cl/osb/monasterio/dom_pedro_subercaseaux.htm
El Monasterio Benedictino y la Congregación de Solesmes
El 4 de diciembre se verificaría la solemne bendición de la primera piedra del futuro monasterio, proyectado noblemente en albañilería reforzada, con ladrillo aparente, por el arquitecto Juan Lyon. Hoy constituye el pabellón más antiguo del Hospital de la Fuerza Aérea. Sin embargo la construcción se dilataría por un par de años, de modo que la generosa hospitalidad brindada por don Carlos Peña debió ampliarse más de lo previsto. Las hermosas casas de Lo Fontecilla, construidas a partir de 1647, se prestaron admirablemente para acoger a la pequeña comunidad, privando automáticamente a su dueño de su uso, que debió limitarse a un pequeño departamento independiente sobre la sacristía de la antigua capilla.
En ésta celebrábase con puntual devoción y dignidad la diaria misa conventual y el oficio, quedando como recuerdo un crucifijo diseñado y pintado por el padre Pedro, al igual que una tarja con el lema PAX sobre el portón de ingreso a las casas.
Aunque no faltaron los candidatos, la precariedad de aquella pequeñísima comunidad, pronto reducida por el regreso de Dom Blazy, sería un factor que conspiró contra la perseverancia de las primeras vocaciones. El padre Mauro Matthei, cuya historia del monasterio hemos venido parafraseando, atribuye a esta causa las dificultades iniciales; acotando las palabras del Cardenal Pacelli, antes citadas, expresa: “Habría de tener consecuencias des favorables para el Monasterio.., el que estas sabias disposiciones de la máxima autoridad de la Iglesia no hubiesen sido tomadas suficientemente en cuenta... el pequeño grupo de cuatro monjes... no pudo proyectar una imagen de la vida monástica suficientemente convincente como para atraer y sobre todo retener a postulantes”. El casi inmediato estallido de la guerra mundial impediría el reaprovisionamiento material y espiritual por parte de la abadía fundadora, en tanto que el desconocimiento local de la vida monástica tornaba lentísimo el eventual flujo de buenos candi datos.
A pesar de que a partir de 1943 se contó con el padre Eduardo Lagos, la vida comunitaria se vio muy limitada en su capacidad de desarrollo, de modo que cuando cuatro años después se verifica la visita canónica de la casa, se acuerda su supresión.
Quedaba a los padres Subercaseaux y Lagos la tarea de obtener, como último esfuerzo antes de reintegrarse a Quarr, el patrocinio de alguna de las congregaciones benedictinas para asumir la fundación. Se contó, en este trance, con la colaboración de diversas amistades, entre ellas don Pedro Errázuriz y don Gustavo Lagos, quienes, en el entendido de que el padre Abad de Solesmes se había inhibido de tal búsqueda, prohibiendo a la vez a los padres chilenos realizar gestiones por su propia cuenta, debieron establecer los contactos pertinentes. El segundo de los citados, tratando de interesar al Abad Dom Martin Muchler, traba contacto en Río de Janeiro con el padre Pablo Gordan, monje de Beuron, quien sí tomó particular interés en el sostenimiento de la fundación chilena, logrando luego que su archiabadía asumiera tal tarea.
El padre Eduardo recuerda que en determinado momento se tuvo el ¡‘sí” de dos importantes abadías europeas dispuestas a heredar a Solesmes en el sostenimiento de Las Condes; en la duda decidieron, con el padre Pedro, consultar la opinión del Nuncio Apostólico quien, después de oírlos atentamente, les respondió con la más absoluta seguridad: “ni pensarlo, los alemanes...”
http://www.benedictinos.cl/osb/monasterio/solesmes.htm
El Monasterio Benedictino y la Congregación de Beuron
Los cuatro primeros monjes beuronenses arribaron a Santiago el 4 de diciembre de 1948, iniciándose el 8, fiesta de la Inmaculada Concepción, la instalación oficial. En este primer grupo habían llegado el Padre Prior Odón Haggenmuller, posteriormente Prior de Beuron y actualmente de Lliu LIiu, en la diócesis de Valparaíso; el padre Silvestre Stenger y los hermanos Antonio Maunz y Leonardo Koch. A continuación se agregaría al padre Bruno Seeger, el padre Pablo Gordan, el padre Desiderio Schmitz y el hermano Baltazar Kurfess.
Aún se agregarían los padres Bonifacio Sultrup y Angel Graf y los hermanos Teodoro Omonsky y Enrique Hugler, en total doce monjes, apreciable dotación que permitiría una implantación completa de la vida regular. Al igual que en el caso de los fundadores solesmenses, la archiabadía de Beuron había cedido miembros óptimamente capacitados para cubrir las diversas responsabilidades de la comunidad. Debe agregarse a los citados el padre Adalberto Metzinger, quien sucedería en 1959 al padre Odón como Prior, hasta 1970, regresando a Beuron en 1972.
Pronto afluirían las primeras vocaciones chilenas y, en el plan jurídico, a casa sería elevada a Priorato conventual el 6 de julio de 1956. El hermoso edificio, parte de un proyecto más amplio, sería vendido en 1953 a la Fuerza Aérea, que, como se indicó, lo habilitó como hospital. La comunidad había adquirido sus actuales terrenos y, en plena etapa de construcción, hubo de desalojar la casa anterior para permitir su adaptación al nuevo destino. Desde agosto de 1955 y durante todo el año siguiente debió de gozar de la hospitalidad de la Congregación del Holy Cross, a los pies del cerro Calán.
Cupo al padre Prior Odon la responsabilidad de emprender la construcción del nuevo monasterio; a su sucesor, el padre Adalberto, la de la iglesia y hospedería; al cuarto superior, padre Eduardo, la de la portería, refectorio, servicios y biblioteca, con lo que se completaron las construcciones.
Durante este período el padre Metzinger obtuvo las licencias necesarias para elevar los estudios del monasterio a teologado, aprovechando la existencia, dentro de la comunidad, de varios monjes con los títulos y conocimientos adecuados para poder impartir clases dentro del nivel exigido, completando la dotación del currículum académico con el recurso a profesores invitados, que fácilmente podían acudir desde Santiago.
Este teologado se puso a disposición de los monasterios hermanos más próximos, que así aprovecharían la posibilidad de dar a sus jóvenes la adecuada formación, dentro del marco propio de a vida regular. Entre los estudiantes se contó con grupos de los monasterios de-Puente Alto, Viña del Mar, y de Los Toldos y El Sambión en Argentina.
Con la consolidación del monasterio, bajo el impulso de la Congregación de Beuron, la divina providencia cumpliría el deseo — ¿vaticinio?—- del Cardenal Pacelli, que ya en 1936 había sugerido tal patrocinio.
http://www.benedictinos.cl/osb/monasterio/beuron.htm
El Monasterio Benedictino y la Congregación Benedictina de la Santa Cruz del Cono Sur
Después de una larga etapa de gestación y cumplidos los períodos previos establecidos por el derecho, la Santa Sede creaba, el 27 de diciembre de 1976, la nueva Congregación Benedictina de la Santa Cruz. Integraba los monasterios del cono sur del continente, Argentina, Chile y Uruguay y más tarde Paraguay.
La comunidad, que desde el priorato del padre Metzinger se había esforzado en afianzar los lazos fraternos entre los monasterios de los citados países y que había creado su teologado para reforzarlos y servir al bien común, participó activamente en el proceso conducente a la obtención de esta nueva instancia, cuya efectividad resultaba evidente, y tuvo el honor de que se eligiera a su Prior, padre Lagos, como su primer Presidente.
El Monasterio Benedictino en la actualidad
Las campanas que llaman a misa en el Monasterio Benedictino de Las Condes, Chile (ver video)
Misa de 7am con cánticos gregorianos concelebrada diariamente por los monjes benedictinos del monasterio benedictino de Las Condes, en Chile. La Iglesia es una reconocida obra de arquitectura moderna chilena.
El monasterio sería elevado al rango de Abadía en 1980, siendo bendecido su primer abad, el P. Eduardo Lagos por Su Excelencia el Cardenal Eduardo Pironio, Prefecto de la Congregación de Religiosos, el 22 de noviembre, en una solemne Eucaristía que contó con la asistencia de todos los superiores de la congregación, reunidos en capítulo general.
Víctima de una grave enfermedad, el padre Eduardo hubo de dimitir en abril de 1982, siendo elegido en su reemplazo el reverendo padre Pedro Pérez Errázuriz, en mayo. Después de su dimisión, acaecida en noviembre de 1985, sería designado Prior Administrador el P. Gabriel Guarda, a su vez elegido Abad el 19 de noviembre de 1987. El 18 de diciembre de 1999 sería bendecido el actual abad del monasterio, el P. Benito Rodríguez, por Su Excelencia el Cardenal Francisco Javier Errázuriz.
Según el espíritu y la letra de la regla benedictina y el carisma particular trasmitido por las venerables comunidades fundadoras de Solesmes y Beuron, la de Las Condes trata de vivir un estilo de vida contemplativa, en un marco de oración y silencio, con especial énfasis en la celebración de la liturgia y el canto del oficio inspirado en la tradición recibida de sus mayores. Subraya el trabajo y el estudio en la medida de las capacidades de sus miembros y las condiciones del lugar.
Su hospedería o casa de retiros espirituales, abierta especialmente para sacerdotes, religiosos, seminaristas y seglares, es particular mente frecuentada por jóvenes que buscan compartir con la comunidad, por unos días, su género de vida. Anima grupos de comentario y reflexión bíblica para seglares y oblatos, proporciona dirección y asistencia espiritual a quienes llegan hasta la casa, muchos en busca del sacramento de la penitencia.
Realiza un servicio de asistencia a los pobres del vecindario y de ayuda a otras instituciones de Iglesia en el plano social. Dentro de esta esfera, durante el gobierno del padre Adalberto se creó una escuela agrícola, dotada con óptimos edificios, a la que sucedería una cooperativa para la fabricación de muebles, proporcionando el monasterio los locales, maquinaria, organización y diseño de los muebles. En 1983 le cupo al monasterio la responsabilidad de adecuar los edificios de la primera fundación de monjas benedictinas, hecha por la Abadía de San Pelayo de Oviedo, España, colaborando en la medida de sus posibilidades en su etapa de implantación.
En sus casi setenta años la comunidad cuenta con 19 miembros.
GABRIEL GUARDA, OSB
El R. P. Eduardo Lagos, primer Abad Presidente de la Congregación Benedictina de la Santa Cruz del Cono Sur 1
Hermanos en el sacerdocio y la vida monástica.
Queridos hermanos y hermanas:
En realidad, nuestra comunidad está de fiesta: la pena por la pérdida de un miembro tan querido, tan importante en la historia de nuestro monasterio, y que en su tiempo ha tenido un papel tan central en la historia personal de cada uno de nosotros, no puede compararse a la alegría de saber que ha logrado lo que todos buscamos al venir aquí: llegar finalmente a la meta; alcanzar la tan deseada paz; entrar en el gozo de la vida eterna; pasar de las tribulaciones de este mundo a la morada del Padre. Así, con gran emoción, pero no con menos alegría, nos reunimos para despedir a nuestro Padre Eduardo a quien el Señor ha llamado en el preciso día de la Vigilia de Pentecostés en que, cerrando jubilosamente el Tiempo Pascual, la Iglesia celebra el don del Espíritu Santo.
Sin duda todos los aquí presentes conocimos al Padre Eduardo en el período de su madurez física e intelectual, primero en la plenitud de una vida sana y sumamente activa, luego, en su limitada ancianidad; lo hemos conocido como primer Abad y luego como Abad emérito del monasterio, pero desconocemos lo que precedió a todo aquello, la consolidación de esa personalidad tan recia, datos de su juventud, de su iniciación en la vida monástica, el papel tan importante cumplido al servicio de nuestra comunidad y de la Orden. Este es el momento de recordarlo: la historia de la salvación se presenta en cada hombre encubierta bajo misteriosos signos que sólo el tiempo de Dios ayuda a descifrar; permítanme traer ahora aquí estos recuerdos que contribuyen a ilustrar la misteriosa construcción espiritual de un humilde hombre de Dios.
El Padre Eduardo nació en 1912 en Ciruelos, provincia de Colchagua, en el seno de una familia de costumbres patriarcales, profundamente cristiana, compuesta por ocho hermanos -su hermano Juan Bautista, igualmente sacerdote, lo ha seguido, con diferencia de horas, a la Casa del Padre-. Criado en el medio tradicional de nuestro campo, desde su infancia manifestó una inteligencia vivísima y un espíritu extraordinariamente travieso, aunque siempre acompañado por una marcada inclinación a la vida religiosa; su ingreso al Seminario de Santiago, a edad muy temprana, no significó de ninguna manera un cambio en su manera de ser: sacaba las más altas notas en todos los ramos, menos en conducta, al extremo de haber pensado algunos de sus superiores en su definitiva suspensión; ello no se produjo gracias a la defensa que de él hicieran otros profesores, especialmente Monseñor Oscar Larson, quien intuía en su despierta inteligencia las más alentadoras esperanzas.
En cierta ocasión, corriendo a caballo en Punta de Tralca sufrió una caída que lo retuvo postrado durante un mes, al cabo del cual, apoyado espiritualmente por Monseñor Javier Bascuñán, en un evidente proceso de conversión, cambió radicalmente de conducta, serenándose en su comportamiento y sintiendo claramente un llamado más profundo al servicio de Dios, enfocado ahora hacia la vida contemplativa. Guiado desde ese momento por el Rector del Seminario, Monseñor Juan Subercaseaux, fue así como se decidió su envío al Monasterio de Quarr, en Inglaterra, donde ya había ingresado el primer benedictino chileno, el Padre Pedro Subercaseaux, hermano de don Juan: acaso la presencia allí de dos vocaciones de nuestro país determinara algún día la fundación de una casa en Chile. Así, a los 17 años, enteramente sólo, se dirigió a aquella lejana casa, sin saber aun hablar inglés, comunicándose durante los primeros tiempos con los demás monjes en latín.
En Quarr permanecía en exilio la comunidad de la Abadía francesa de Solesmes, Congregación en la que el Padre Lagos profesó el 11 de febrero de 1932. Restituida esta venerable comunidad a su antiguo domicilio, nuestro Padre fue así ordenado sacerdote en Francia, en la misma Abadía de San Pedro de Solesmes, en octubre de 1936.
Paralelamente, a lo largo de estos años se comenzó a hacer manifiesto el plan de Dios en él, al irse efectivamente gestando con lentitud, dentro de los largos plazos fijados por la Providencia, la fundación de nuestro monasterio. Con el Padre Pedro, nuestro Padre Lagos debió esperar pacientemente que se cumplieran las condiciones para la concreción de tan trascendental proyecto, solicitado a Solesmes por todo el episcopado chileno, con un amplio apoyo en los medios católicos de Santiago. La fundación se vino a verificar el 4 de diciembre de 1938, permaneciendo aun el P. Lagos en la Abadía de Quarr, desde donde finalmente volvería en 1943, para asumir diversas responsabilidades dentro de la naciente comunidad. Ecónomo durante muchos años, con mucho afán debió buscar los medios de subsistencia y atender las múltiples necesidades de la naciente fundación, sin poder recibir por entonces auxilio de la Abadía fundadora durante los largos años de la segunda guerra mundial.
Con inquebrantable fe, junto al Padre Pedro, debió sufrir lo que sin duda fue la mayor crisis de la historia de nuestro monasterio, al tener que dejar la Congregación solesmense el mantenimiento de la fundación, amenazada así en su misma existencia, después de tantos y tan grandes esfuerzos; al cabo de un año de angustiosas gestiones, en un ejemplar gesto de generosidad, su continuidad quedó asegurada al asumir su tuición la Congregación alemana de Beuron, en diciembre de 1948.
El Padre Eduardo continuó desempeñando el oficio de ecónomo, durante un tiempo, el de Maestro de Novicios -en Quarr había sido ayudante del Maestro de Novicios-, hasta su elección como superior -Prior Conventual-, en marzo de 1970 y luego, desde julio de 1980, como primer Abad: la bendición abacial se la impartió en esta iglesia Su Eminencia el Cardenal Eduardo Pironio, Prefecto de la Congregación de Religiosos, el 22 de noviembre de ese año, presentes todos los abades, abadesas y superiores de los monasterios benedictinos del Cono Sur.
Esta presencia tiene su explicación: paralelamente a su servicio a la comunidad, se debió a sus esfuerzos una de las misiones más altas para las que lo tenía destinado la divina Providencia, esto es, la creación de una nueva Congregación Benedictina que agrupara las diversas casas de Argentina, Uruguay y Chile, muy distantes de sus abadías fundadoras, todas pertenecientes a diferentes congregaciones benedictinas europeas. con diferencias en sus tradiciones, estilo de vida y costumbres. Fuera de la tramitación canónica en Roma, este proceso de unión requirió extraordinaria sabiduría y paciencia, pues no estuvieron ausentes en él las naturales dificultades, todas vencidas por el P. Lagos con la tenacidad que le era característica. Aprobada la nueva Congregación por la Santa Sede, con el título de la Santa Cruz del Cono Sur, en diciembre de 1976, fue elegido su primer Abad Presidente; con ocasión de su fallecimiento hemos recibido los más hermosos testimonios de los superiores de estas casas, que en este momento recuerdan con agradecimiento su solicitud y espíritu de servicio.
Finalmente hay que añadir que a su iniciativa también se le debe la fundación del primer monasterio de monjas benedictinas en nuestro país, proyecto largamente acariciado, asumido por la Abadesa de San Pelayo de Oviedo, Madre Amparo Moro, y finalmente concretado en el monasterio de La Asunción, en Mendoza de Rengo, establecido en abril de 1983.
Una gravísima enfermedad que lo tuvo al borde de la muerte, determinó su renuncia al cargo abacial en abril de 1982, para ir luego recuperándose lentamente, con firme voluntad, hasta poder llegar a participar de nuevo en la celebración de la Eucaristía y del Oficio Divino, junto a las demás actividades comunitarias, edificándonos a todos con su ejemplo. En los últimos meses dolorosas complicaciones en su salud determinaron de manera más inmediata su purificación espiritual y su preparación para el encuentro con el Padre.
Nuestro Padre Eduardo fue un varón prudente, de pocas palabras, de sabio consejo, gran confesor, austero, rezador, y de costumbres sumamente sencillas. No deja de ser interesante mencionar aun otros aspectos: consciente de la importancia de la formación espiritual, tuvo una verdadera pasión por asegurarla, creando una buena biblioteca, útil para los estudios teológicos y monásticos, las sagradas escrituras y las disciplinas humanísticas; plantó árboles y, con grandes esfuerzos, se dio maña para lograr dotar a nuestra iglesia de un buen órgano y de campanas, porque le gustaba algo que es propio de nuestro carisma, la dignidad del culto y la celebración de las divinas alabanzas.
En el Prólogo de la Santa Regla Nuestro Padre San Benito nos invita a correr en alas de la obediencia para militar bajo el verdadero rey, Cristo el Señor: “Por el progreso en la vida monástica y en la fe -dice-, dilatado el corazón, córrese con inenarrable dulzura de caridad por el camino de los mandamientos de Dios; de modo que no apartándonos jamás de su magisterio, participemos en los sufrimientos de Cristo, por las paciencia”.
En el oficio de Laudes de hoy cantábamos, en el Salmo 64:
Dichoso el que tu eliges y acercas
para que viva en tus atrios;
que nos saciemos de los bienes de tu casa,
de los dones sagrados de tu templo.
Este es el programa de cada uno de nosotros los monjes, esta es nuestra esperanza, por lo cual, llamados por Dios ingresamos al monasterio; este fue el programa de nuestro Padre Eduardo, esta su esperanza.
Pero la vida del hombre, frente a la santidad divina, es todo pecado y miseria. Tener a cargo tantas almas y tantas responsabilidades trae consigo muchos peligros y produce en nuestra alma una gran inquietud; la sucesión de los días y los tiempos va marcada a lo largo de nuestra existencia por tantos y tantas omisiones, equivocaciones y errores; San Benito advierte en el Capítulo II de la Santa Regla -sobre Cuál debe ser el Abad-, que “debe acordarse del nombre que se le da y llenar con obras el apelativo de superior”; que hace las veces de Cristo en el Monasterio, “acordándose siempre que de su doctrina y de la obediencia de sus discípulos, de entrambas cosas se le pedirá cuenta en el tremendo juicio de Dios”. Por eso, ahora rezamos con fervor por el alma del P. Eduardo y celebramos esta solemne eucaristía por su eterno descanso, confiados en que, por la misericordia divina, purificado por tantos trabajos, goce de esa alegría a que me refería al principio.
Nos ayuda a pensar así la maravillosa parábola de los talentos que acabamos de escuchar (Mt 25): ante el ejemplo de nuestro Padre Lagos, en la perspectiva de una vida enteramente dedicada a su servicio, al cumplimiento de la voluntad de Dios, purificado por tantas y tan prolongadas pruebas, confiamos en que el Señor podrá también decirle a él: “¡Bien, siervo bueno y fiel, en lo poco has sido fiel, te pondré por eso al frente de lo mucho; entra en el gozo de tu señor!”.
Abadía de la Ssma. Trinidad de Las Condes
Casilla 27021. Santiago 27
Chile
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